A través de la prensa de los Estados Unidos se acaba de...
Las discusiones sobre el papel del Estado frente a los mercados y la inversión privada, acerca de la regulación de los precios y los mercados, polariza a los países de América Latina, y explican los dramáticos péndulos entre derechas e izquierdas. Por ejemplo, dos milagros económicos de los países emergentes, Chile y Perú, han sido detenidos en seco por gobiernos de izquierda colectivistas.
Eso no sucede en el eje del Asia Pacífico. Incluso los partidos comunistas más emblemáticos del mundo, tales como el Partido Comunista Chino y el Partido Comunista de Vietnam, desarrollan los procesos más audaces de capitalismo de Estado de la historia. En esos países el Estado se encarga de castigar a los trabajadores que no cumplen sus obligaciones con la empresa.
La guerra ideológica y de modelos económicos que desarrolla la izquierda explica que nuestra región comience a convertirse en el último vagón del planeta. Por ejemplo, el Banco Mundial proyecta un crecimiento del mundo de 2.6% para el 2024; sin embargo, América Latina y el Caribe apenas crecerán 1.8%. Muy por el contrario, el Asia Pacífico crecerá sobre el 4.8%, Asia Meridional se expandirá en 6.2% y el África Subsahariana crecerá en 3.5%.
El mundo sigue la rueda del crecimiento y el desarrollo, pero nuestra región se estanca. Según diversos estudios, América Latina ha perdido de manera dramática la globalización. Por ejemplo, en 1970 Latinoamérica representaba el 5.5% del comercio mundial y 7.3% de la producción mundial, según el Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe. Hacia finales del 2019, antes de la pandemia, nada había cambiado. La región representaba el 5.6% del comercio planetario y el 7.4% de la producción mundial. En cuanto a productividad en relación con la economía de Estados Unidos la productividad apenas creció del 25% en 1970 al 27.8% en el 2027. En el mismo periodo la productividad de Corea del Sur –en relación a la economía estadounidense– pasó de 8.5% al 67.2%.
América Latina, entonces, pierde la actual globalización por las guerras ideológicas que han desatado las izquierdas en sus versiones comunistas y progresistas y que impiden y bloquean cualquier posibilidad de reformas de segunda generación, tal como sucedió con Corea del Sur, Singapur, Hong Kong y todas las sociedades que han alcanzado el desarrollo en las últimas cuatro décadas. Por ejemplo, en el Perú es imposible desarrollar una reforma tributaria y una reforma laboral por el clásico relato marxista acerca del papel de los empresarios como extractores de la plusvalía, de la riqueza que, supuestamente, producen los trabajadores. Una situación de este tipo es impensable en el Asia- Pacífico.
Igualmente, el Perú no puede desarrollar una reforma de la educación porque las corrientes de izquierda proponen la estabilidad laboral de los docentes y las progresistas priorizan agendas como la ideología de género. Con estas corrientes cruzadas todo se bloquea y es imposible acelerar una reforma educativa, un factor ineludible para elevar la productividad de la economía a través de una fuerza laboral educada y capaz de innovar científica y tecnológicamente de cara a los mercados mundiales. La reforma educativa, el desarrollo del capital social, fueron las claves del despegue de la economía de Corea del Sur.
América Latina, pues, está empantanada en una guerra ideológica que le impide mirar el futuro, que le impide avanzar hacia el desarrollo capitalista. De allí la enorme importancia de hacer respetar el voto mayoritario del pueblo venezolano, porque una Venezuela libre, de una u otra manera, debilita en extremo la ofensiva ideológica en la región de los sectores que apuesta por perpetuar la pobreza y la exclusión como estrategia para llegar al poder y entronizar a los totalitarismos.
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