Globalización

El progresismo como la antesala del colectivismo

Chile, Perú y Colombia permitieron el avance del comunismo

El progresismo como la antesala del colectivismo
  • 27 de mayo del 2022


Si tuviésemos que preguntarnos qué cosas en común tienen Chile, Colombia y Perú, inevitablemente habría que señalar que se trata de las economías más abiertas de la región, con PBI que van de los US$ 200,000 millones (Perú) a cerca de US$ 271,000 millones (Colombia). Las tres economías alguna vez pertenecieron a la pujante Alianza del Pacífico, que se convertía en una fuerza de resistencia a los proyectos económicos y políticos que impulsaba en la región el eje de La Habana - Caracas a través del Foro de Sao Paulo. 
 

Igualmente, en los casos de Perú y Chile habría que mencionar que los procesos de expansión del PBI están entre de los más inclusivos y propobres de los países emergentes. Los modelos lograron reducir pobrezas –antes de la pandemia– de más del 60% de la población a 20% en el caso peruano, y a menos de 10% en el caso chileno.  

Sin embargo, los países mencionados hoy están procesando dramáticas experiencias de gobiernos colectivistas que mantienen diversos niveles de distancia y acercamientos con el Foro de Sao Paulo. El Gobierno de Pedro Castillo en Perú y el de Gabriel Boric y el desarrollo de la Convención Constituyente en Chile son casos que confirman esta aseveración. La posibilidad de que Gustavo Petro, el candidato de la izquierda, gane las elecciones en Colombia –la primera vuelta será este domingo– es otro hecho que ratifica la impresión. 

¿Cómo así estos países que parecían enrumbados en ciertos niveles de estabilidad política, certidumbre política y crecimientos y procesos de reducción de pobreza, hoy enfrentan la amenaza del colectivismo y el comunismo?  

Un elemento común en la situación de estos países es que todos los sectores de la derecha, todos los sectores republicanos –incluso las izquierdas– que defendían el sistema representativo y la economía de mercado se dejaron envolver y sitiar por los relatos progresistas. Pero no solo se trata de los políticos: en el Perú y Chile, por ejemplo, los líderes empresariales y gerentes, se dejaron colonizar por los discursos del llamado “capitalismo woke”, con el objeto de convertir al “capitalismo chupasangre” en “uno más inclusivo y posmoderno”, capaz de reconocer “las identidades”. 

El resultado está a la vista: la agonía del sistema de libertades políticas y económicas en los tres países. La fuerza de estos relatos progresistas –que suelen construir enemigos irreconciliables para polarizar a las sociedades–, en un primer momento logra organizar gobiernos que quiebran las regularidades institucionales y políticas. El Gobierno de Juan Manuel Santos en Colombia detuvo cinco décadas de lucha contra las guerrillas y preparó el camino de la llegada de los relatos progresistas, antropomorfizados en la figura de Gustavo Petro.  

A partir de ese acuerdo los relatos sobre “las violaciones de DD.HH. del Estado” y “las injusticias estructurales que explican la violencia”, simplemente, se convirtieron en sentidos comunes. El armazón conservador de Colombia empezó a crujir y a facilitar la aparición electoral de Petro. Hoy la guerra terrorista y el narcotráfico continúan igual, pero los relatos progresistas se han legitimado. 

En Chile, durante el segundo gobierno de Michelle Bachelet, a seis días del final de su mandato, la presidente sureña, presentó una propuesta de ley para cambiar la Constitución que había organizado la convivencia de izquierdas y derechas por más de cuatro décadas. El resultado se habría de contemplar pocos años después, cuando las turbas asaltaron Santiago e impusieron la Convención Constituyente. El enemigo con que se polarizó fue el pinochetismo. 

En el Perú sucedió algo parecido. Los relatos progresistas se desarrollaron luego de la caída del fujimorato a inicios del nuevo milenio. Todos esas narrativas y fábulas se materializaron en el Gobierno de Martín Vizcarra que cerró el Congreso de manera inconstitucional y desarrolló una democracia plebiscitaria en nombre del antifujimorismo. Ese mismo anti encumbraría a Pedro Castillo, el peor Gobierno de la historia republicana. Hoy las libertades son una enorme interrogante. 

El llamado progresismo entonces no es algo inofensivo. Es uno de los rostros del colectivismo, es una forma de neocomunismo. En Chile los relatos progresistas sobre la ideología de género y todas las corrientes disolventes del posmodernismo pueden ser decisivos para aprobar el nuevo texto constitucional en el plebiscito de salida, inclusive relativizando el sistema político y económico de corte soviético que se propone. 

La posmodernidad y lo “progre”, entonces, puede llevar al régimen soviético sin que exista demasiada consciencia. ¿O no?

  • 27 de mayo del 2022

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