El asesinato de Villavicencio en Ecuador estremece América Latina

El asesinato del candidato de la derecha en Ecuador, Fernando Villavicencio, por parte del narcotráfico y el crimen organizado ha estremecido a América Latina y el Ecuador, y de una u otra manera, plantea preguntas cruciales sobre el futuro del sistema republicano en la región. ¿El asesinato de Villavicencio acaso representa el inicio de una forma directa de participar del crimen organizado en la política ecuatoriana y latinoamericana?

Semejante pregunta es válida y acuciante porque Colombia es el principal productor de la hoja de coca –insumo principal de la droga– del mundo, el Perú el segundo, y Ecuador se ha convertido en un corredor vital para el narcotráfico y el crimen organizado. Y Bolivia también es zona de producción de hoja de coca y corredor del tráfico de drogas. Al respecto vale recordar que Fernando Villavicencio, un periodista de investigación de raza –que desarrolló las principales pesquisas sobre corrupción en contra del ex presidente Rafael Correa– en más de una ocasión había denunciado y desafiado al crimen organizado y el narcotráfico. La respuesta del crimen fue la sentencia de muerte. 

El asesinato de Villavicencio recuerda el asesinato del también candidato presidencial Carlos Galán, en Colombia, cuando Pablo Escobar desataba una ola de terror y muerte en ese país. Entonces, igualmente, el capo colombiano enviaba un mensaje a los políticos que no aceptaban ser comprados con el dinero: la sentencia de muerte.

El asesinato de Villavicencio encuentra a la región sumergida en una cruenta y feroz guerra ideológica entre los sectores que defienden la democracia y los partidos del eje bolivariano que proponen el socialismo del siglo XXI y la instalación de una asamblea constituyente. Sin embargo, lo preocupante de esta guerra ideológica con el socialismo del siglo XXI es que la mayoría de los líderes comunistas y colectivistas considera a los campesinos que cultivan la hoja de coca como “uno de los sectores oprimidos de la sociedad y parte del bloque revolucionario”. 

De esta manera los partidos vinculados al Foro de Sao Paulo desarrollan una posición contemplativa y permisiva frente al narcotráfico, por su oposición a la erradicación de cultivos de hoja de coca. Vale anotar que Evo Morales en Bolivia, Pedro Castillo en Perú, Gustavo Petro en Colombia y los líderes de la izquierda ecuatoriana han planteado semejantes posiciones. Asimismo, estos puntos de vista se desarrollan en abierta oposición a cualquier forma de colaboración de los Estados Unidos en la lucha contra el narcotráfico, ya sea a través de la interdicción o la erradicación de los cultivos de hoja de coca y la sustitución de cultivos. Igualmente, los movimientos vinculados al eje bolivariano suelen alentar posiciones delirantes sobre una eventual industrialización de la hoja de coca, algo que no es posible en términos científicos.

Más allá de cualquier intención, las posiciones de la izquierda latinoamericana fomentan la expansión de los cultivos de hoja de coca y, por lo tanto, el avance del narcotráfico en la región. En este contexto, es incuestionable que para avanzar el tráfico de drogas en la región necesita erosionar el Estado de derecho, creando zonas liberadas de la autoridad de la Constitución y las instituciones tutelares, tal como sucede en el VRAEM en el Perú. Asimismo, necesita fomentar el avance del crimen organizado en las ciudades para organizar corredores (zonas liberadas) hacia los puertos o rutas de salida de la droga.

El asesinato de Villavicencio, pues, podría marcar un hito en las estrategias y planes del narcotráfico y el crimen organizado en la región latinoamericana, en el preciso momento en que se desarrolla una feroz guerra ideológica con un sector político que tiene una visión tolerante con los cultivos de hoja de coca.