Ecuador: La democracia herida de muerte

Sobre el intento de Rafael Correa de reelegirse indefinidamente.                                                                                                                             

La democracia ha sido herida de muerte en Ecuador. Aprovechándose que la atención del mundo estaba puesta en la Copa del Mundo de fútbol, la mayoría oficialista de la Asamblea Nacional ecuatoriana presentó formalmente, a la Corte Constitucional, una reforma constitucional que permite la reelección presidencial sin límite. Todo indica que el populista Rafael Correa, igual que los otros autócratas de la región, quiere seguir gobernando, no obstante que el 2017, cuando acabe su primera reelección, cumplirá una década en la presidencia.

La Corte deberá decidir si el paquete de reformas constitucionales que propone Correa son reformas estructurales que deben ser sometidas a referendo, como sostiene la oposición democrática, o si son simples enmiendas que solo requieren la aprobación del Legislativo - con mayoría oficialista- para entrar en vigor, como sostiene el gobierno para no arriesgarse a una consulta popular.

En teoría, la decisión final está en manos de una Corte Constitucional independiente. En los hechos, todo parece indicar que será un mero trámite porque, según la prensa independiente, de los nueve miembros de esa corte tres fueron designados por el Ejecutivo y otros dos elegidos en concurso están vinculados al gobierno. Uno de estos, Antonio Gagliardo, hermano de un legislador oficialista, participó como fiscal de un tinglado legal que se montó para querellar y condenar a los directivos del diario El Universo por haber criticado al gobierno de Correa.

Con gran astucia, Correa dice que no desea la reelección, pero a la vez señala que está dispuesto, “si fuera necesario, para salvar a la patria y para frenar el avance de la derecha”. Difícil creerle pues desde hace años está aplicando la receta autoritaria para la reelección indefinida: Copar los poderes del Estado, amordazar a la prensa y fortalecer su base popular con políticas populistas financiadas con los mayores ingresos generados por los altos precios del petróleo, base de la economía ecuatoriana.

La bonanza del petróleo le ha servido al caudillo ganar casi todas las elecciones desde el 2006. De hecho, su primera reelección, el 2013, la ganó con el 57.17% de los votos. Sin embargo, en los comicios regionales de febrero último la coalición gobiernista Alianza País perdió la alcaldía de Quito, la capital ecuatoriana, con lo cual salió debilitada de ese proceso electoral. Por eso no quiere someter a referendo las reformas constitucionales que propone.

Mientras tanto, las voces críticas de la reelección se escuchan débilmente porque el Gobierno ha amordazado a la prensa independiente con una legislación draconiana que la estrangula económicamente. Los burócratas dicen si los medios “difamen” o difunden “información falsa”. La presión es tan fuerte que los medios se autocensuran. Paralelamente, se promueve que grupos económicos vinculados al gobierno compren los medios independientes, y Correa usa los medios del Estado para atacar a sus enemigos en larguísimas cadenas nacionales, al estilo de Hugo Chávez.

La historia se repite: Como todos los autoritarismos, el de Correa también llegó al gobierno democráticamente, a través de las urnas, y después lapidó esa legitimidad al usarla para concentrar en sus manos todo el poder del Estado, liquidar la alternancia en el poder y al arrasar con la libertad de prensa. Y con el pretexto de garantizar la continuidad de “procesos históricos”, se atornillan en el poder. Lo hicieron Hugo Chávez en Venezuela, los esposos Kirchner en Argentina (mediante la reelección conyugal), y Evo Morales en Bolivia. Correa lo repite ahora en el nombre de la llamada “revolución ciudadana”, por segunda vez, pues en su primer gobierno ya había logrado modificar la Constitución para reelegirse, “por una sola vez”.

La democracia ecuatoriana y latinoamericana están gravemente heridas, otra vez.