A través de la prensa de los Estados Unidos se acaba de...
El triunfo de Gabriel Boric en segunda vuelta, con el 55% de los votos, solo puede ser explicado desde la moderación de sus propuestas (en la primera apenas alcanzó el 25%). En otras palabras, la izquierda chilena fue más eficiente políticamente que la derecha en correrse hacia el centro. De allí que Boric –más allá de los dilemas progresistas que parecen consumirlo, como los temas de la igualdad de género– desde el inicio de su gestión se propuso hacerle guiños al centro: designó a Gabriel Marcel, ex presidente del Banco Central, como ministro de hacienda.
En el acto, los mercados internacionales y los analistas internacionales de buena voluntad destilaron esperanza. El presidente de la izquierda chilena se corría al centro y representaba la imagen de una nueva socialdemocracia, progresista y globalista. Allí estaba un engreído de los mercados como titular de Hacienda.
Sin embargo, los optimistas ignoraban que Chile, desde la instalación de la Convención Constituyente –aceptada por Piñera y la derecha sin ideología–, en realidad está en un proceso revolucionario. Los optimistas olvidaban que, en la historia de las revoluciones, los moderados o los mencheviques suelen ser fagocitados por los radicales o los bolcheviques.
Es evidente que la apuesta por la libertad en Chile debería pasar por el triunfo de los moderados. Sin embargo, la realidad en las revoluciones es más cruenta y brutal que cualquier análisis o que cualquier ficción.
¿En dónde están los enemigos de la moderación del Gobierno de Boric? Aunque parezca mentira, en la propia coalición Apruebo Dignidad –movimiento con el que Boric ganó las elecciones– ; los sectores radicales del Partido Comunista y del Frente Amplio ya se han mostrado en contra de cualquier moderación en el programa. Sostienen que la radicalización del proceso es inevitable y todas las miradas apuntan hacia la Convención Constituyente, que debe terminar de redactar una nueva Carta Política a fines de julio. Una Constitución que luego debe ser aprobada en un plebiscito de salida.
Basta echar una mirada a los acuerdos de las comisiones de la Convención Constituyente para entender por qué se afirma que Chile experimenta un proceso revolucionario. Los convencionalistas, militantes de diversos sectores de la izquierda radical –desde comunistas y neomarxistas hasta nacionalistas de los llamados “pueblos originarios”– han aprobado en las comisiones acuerdos que evocan los mejores arrestos revolucionarios de la revolución de octubre bolchevique.
Por ejemplo, no se reconoce la existencia del Banco Central ni del concepto de propiedad privada como elemento organizador de la economía. Igualmente, las tradicionales fuerzas armadas chilenas son consideradas como “fuerzas armadas populares”, y los mandos militares deberán ser elegidos por votación directa. En otras palabras, la idea del soviet de obreros y soldados del bolchevismo. En cuanto al sistema político se ha aprobado el sistema unicameral y un consejo supremo de justicia de “origen popular”.
No parece posible que los acuerdos de las comisiones sean rechazados por el pleno de la Convención Constituyente. El gran país del sur, entonces, parece muy cerca de experimentar su propio paradigma de revolución de octubre.
En este contexto, la única posibilidad de moderación del Gobierno de Boric pasa por el rechazo de la nueva Carta Política. ¿Alguien imagina al presidente chileno liderando un nuevo acuerdo nacional con los sectores de izquierda moderados, con la derecha tradicional, con José Antonio Kast y la nueva derecha, para oponerse a la nueva constitución del radicalismo? Parece extremadamente complicado, por no decir imposible.
Si lo hace, Boric representará una nueva generación de dirigentes de izquierda democrática en la región. Si no lo hace, confirmará la regla histórica de que los moderados suelen ser fagocitados en los procesos revolucionarios.
Si Chile se radicaliza, no nos cabe la menor duda de que el proceso revolucionario, inevitablemente, desencadenará una guerra civil y la contrarrevolución. Sin embargo, la gran estrella económica de América Latina habrá dejado de brillar por varias décadas.
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