El pasado 21 de octubre, el abogado y escritor Gary Marroquín M...
Miklos Lukács de Pereny acaba de publicar el libro Neo entes. Tecnología y cambio antropológico en el siglo 21, un texto que luego de ser leído por primera vez –es uno de esos trabajos que merece varias relecturas–, deja un estremecimiento, un temor, que termina convirtiéndose en terror. Y de una u otra manera, allí reside el principal mérito del trabajo: despertar el temor en Occidente acerca de que el avance de las tecnologías y su aplicación en el hombre, en el desarrollo de su biología, terminen cancelando la esencia de la humanidad.
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y luego de la caída del Muro de Berlín, el triunfo de las sociedades occidentales sobre el adversario comunista, de alguna forma, infló de enorme soberbia al pensamiento occidental. Una soberbia que, incluso, llegó a afirmar que había llegado el fin de la historia hegeliano, es decir, que la evolución humana había adquirido tal consciencia de sus procesos y de sus avances que solo restaba la ascensión hacia una incuestionable perfección. Todos sabemos que nada de eso es verdad. Allí está el atentado contra las Torres Gemelas, el resurgimiento del colectivismo en América Latina y las guerras culturales y religiosas del planeta.
Una de las razones de esa exagerada soberbia intelectual de Occidente, de ese altar levantando a la nueva diosa de la Razón, es el haber perdido los miedos, los temores. Occidente parecía ganar en todo, a tal extremo que ignoró el desafío de China frente a sus puertas y, sobre todo, lo que Lukács nos señala: la propia amenaza que surgía en Occidente en forma de filosofía y en forma de tecnologías.
En el texto de Lukács existe una matriz filosófica: una crítica devastadora a las corrientes posmodernas que reducen la especulación al sujeto, al individuo, a la libertad individual y que, en vez de objetividad, solo hablan de intersubjetividad. El paradigma posmoderno que lo relativiza todo, finalmente, puede llegar a relativizar la esencia del hombre, de la propia humanidad. Cuando en Neo entes se describe la principal amenaza a la condición humana se habla del movimiento transhumanista.
En la definición del texto de Lukács del transhumanismo se sostiene que es “un movimiento cultural, intelectual y político de alcance global, difícil de definir”. Se habla de que es un híbrido entre religión, filosofía, ciencia y tecnología que, de una u otra manera, busca superar nuestras limitaciones humanas, nuestra finitud, nuestra indisoluble relación con la muerte –y por lo tanto, de la vida y de todas sus consecuencias– mediante “la aplicación de tecnologías como la inteligencia artificial, la biotecnología, la nanotecnología, la robótica y las ciencias de materiales”.
La soberbia racional que se propone acabar con la mortalidad del hombre, que se plantea cancelar la esclavitud biológica de hombres y mujeres, avizora un futuro en el que grandes complejos tecnológicos producirán niños en serie, al igual que en las colmenas de las abejas y demás insectos. De esta manera, la finitud será derrotada y la esclavitud de la familia, de la crianza de hombres que cultivan almas con valores morales transmitidos a lo largo de los siglos, no serán más necesarias. ¿De semejante experiencia surgirían hombres o los hombres insectos programados de un totalitarismo sin precedentes? ¿De ese experimento surgirán nuevos Van Gogh, Chopin. Miguel Ángel, Platón y Aristóteles, o solo aplicados obreros que funcionan como algoritmos?
El transhumanismo, según Lukács, se propone acabar con la metafísica del hombre, con la esencia y la definición de lo que conocemos como ser humano. Y la pregunta obligatoria emerge: ¿quiénes controlarán ese mundo sin familias, sin instituciones intermedias producto de la evolución social y casi sin estados tales como existen hoy? En ese mundo distópico, en ese territorio del despotismo más tremebundo que se pueda imaginar, quienes controlen las tecnologías serán los dueños del planeta.
Los trabajos de Platón, Aristóteles, Santo Tomás y los pensadores de la Ilustración pertenecerán a una prehistoria lejana porque una nueva raza –el homo deus, que superará al homo sapiens– habrá surgido, luego de haber sido perfeccionada en los laboratorios que ahora solo los billonarios del planeta pueden pagar. De esta manera el superhombre del nazismo (no de Nietzsche) se podría materializar sin una nueva guerra mundial y sin nuevos holocaustos.
La pregunta final que nos obliga a plantear Miklos Lukács es si el hombre hoy está dominando las tecnologías o ellas ya comenzaron a controlar al hombre. Luego de la interrogante solo queda el horror que desatan las pruebas y los hechos que nos presenta Lukács en su trabajo sobre una distopía que ya se dibuja como una negra sombra.
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