El pasado 21 de octubre, el abogado y escritor Gary Marroquín M...
Aquí presentamos los artículos de la segunda edición de la revista S.P.Q.R, en la que se analizan los mensajes anti occidentales del neoindigenismo que habla de supuestos “pueblos originarios”, en contraposición a nuestra herencia hispana. Evidentemente este análisis no se puede desarrollar sin reflexionar sobre la identidad nacional y latinoamericana a partir de las mezclas de las tradiciones de los pueblos prehispánicos y la herencia española.
Debajo de los artículos publicados se podrá descargar el PDF de la última edición de la revista (y de la anterior).
En unas semanas S.P.Q.R. tendrá su propio repositorio.
POR RAFAEL MARTÍN AITA.
La educación escolar nos inculca que el último Inca, Atahualpa, fue ejecutado a manos de Pizarro, y que con él terminó la estirpe de los gobernantes del Tahuantinsuyo. Por eso, leer un título que se refiere a “incas hispanos” puede sonar anacrónico o incluso hasta contradictorio. Sin embargo, existieron; a pesar de que desconocemos de su existencia por ser los grandes olvidados de la historia peruana. Para remediar este error, este artículo busca rescatar la historia de aquellos que llevaron el título de inca, hablaban español, eran fervientes católicos y además, fieles aliados de la corona de Castilla.
La llegada de Pizarro al Perú encontró una guerra entre dos hermanos, Huáscar y Atahualpa, que luchaban por suceder al Inca Huayna Cápac, quien había fallecido intempestivamente. Bajo ese contexto, existía un mayor enfrentamiento entre los bandos huascaristas y atahualpistas que con los españoles, a quienes veían como wiracochas barbados llegados del mar. La coyuntura facilitó que Pizarro busque alianzas: primero con Atahualpa, y luego de ejecutado este, con el bando huascarista. El primero en consolidar esta alianza inca hispana fue Manco Inca, aunque luego de su sublevación quien la llevó a cabo fue su hermano Paullu Inca.
La alianza de Paullu Inca con los españoles vendría de la mano de su conversión a la fe de los cristianos. Esta conversión marcaría un hito en el proceso de evangelización del nuevo mundo. Paullu Inca pidió voluntariamente ser bautizado y convertido a cristiano por Juan Pérez Arriscado, de la orden de San Juan, ante la sorpresa e incredulidad de los demás conquistadores españoles. Como era costumbre en aquella época, la conversión de una autoridad llevaba a la conversión de sus súbditos. Así, el bautizo de Paullu Inca fue seguido por el de otros curacas y líderes de panacas, como García Cayo Topa, Felipe Caro Topa, Juan Paccac o Pascac, Juan Sona entre muchos otros (Amado, 2017).
Esta conversión, lejos de ser por la fuerza, expresaba el deseo personal del propio Paullu Inca de ser cristiano. Sus actos demostraron una intención de vivir coherentemente bajo los preceptos de la Iglesia, renunciando a todas sus consortes; excepto una, con la cual se casó religiosamente. También era asiduo fiel en la asistencia a misa, a donde era llevado en una litera por sus súbditos.
No hay razón en los hechos históricos para dudar de una certera conversión al cristianismo. Así lo afirma don Juan Pichota, descendiente del inca Viracocha, quien describió su proceso evangelizador. Vio este testigo como Paullu Topa Inga fue catequizado en la ley de Nuestro Señor Jesucristo, así como otros indios incas, sus deudos, caciques principales y comunes por unos clérigos, frailes y ermitaños que los catequizaron en una ermita que Paullu Topa Inga hizo hacer junto a sus casas, donde es hoy la parroquia de San Cristóbal. Y también en otros lugares a los que asistían los clérigos, frailes y ermitaños que enseñaban a leer y escribir a quienes que querían aprenderlo. Y luego que Paullu Topa Inga se cristianizó y se vistió en hábito español, hicieron lo mismo algunos indios, sus deudos y caciques principales (MacCormack, 2004).
Paullu Inca tuvo dos hijos legítimos, Carlos Inquill Topa y Felipe Inquill Topa. Carlos Inquill Topa, llamado Carlos Inca, sería el heredero del mayorazgo de su padre. Fue condiscípulo del autor de Los Comentarios Reales de los Incas, el Inca Garcilaso de la Vega, en la escuela, y llegó a ser escribano, hombre de a caballo, diestro en las armas y buen músico (Gonzáles, 2019). Carlos Inca personificaba la unión de los dos mundos: fue el único descendiente real Inca criado con los hijos de los más prominentes españoles de la ciudad, descendientes de los conquistadores. Tuvo dos preceptores españoles que le enseñaron los clásicos y la música europea, siendo criado como un gentilhombre castellano de la época (Merluzzi, 2014).
Fue un devoto católico. Fundó la parroquia Virgen de Guadalupe en Cusco y mantuvo la capilla de San Cristóbal que había fundado su padre Paullu. A la muerte de Paullu Inca, fue considerado como la cabeza de la sociedad indígena, incluso por los españoles que lo tuvieron en gran respeto y estima. Lo llamaban Príncipe, mantuvo un lugar privilegiado en las fiestas y ceremonias públicas y formó parte de la administración de Cusco, integrándose a la nueva economía virreinal. Mantuvo todos los privilegios de un noble, viviendo en el Palacio de Colcampata junto a su corte de siervos, administrando comercios de coca y arrendando mano de obra indígena en las minas de Potosí (Hemming, 1975: 328-330). Se casó con María Esquivel Amarilla, una española natural de Trujillo, la misma tierra de Francisco Pizarro. Con ella tuvo un solo hijo, llamado Melchor Carlos Inca.
Melchor Carlos Inca, al igual que su padre y su abuelo, asumieron la cultura hispana, viviendo “a la usanza y traje español”. Su vida estuvo llena de privilegios, teniendo bajo su propiedad “Muchos caballos y mulas y otros aderezos necesarios para su ornato” (Amado, 2019). Destacaba en fiestas y reuniones como una persona muy bien vista y estimada en Cusco, siendo regidor perpetuo de esta ciudad y alférez real de los Incas.
No solo los descendientes de Paullu Inca gozaron de los privilegios de vivir como nobles en la sociedad virreinal, sino también los herederos de Sayri Túpac, hijo de Manco Inca. La hija de Sayri Túpac, Beatriz Clara Coya, descendiente del Inca Huayna Cápac, se casó con Martín García de Loyola, familiar de San Ignacio de Loyola. De este matrimonio nació una única hija, Ana María Lorenza Sayri Túpac de Loyola, quien contrajo nupcias con Juan Enríquez de Borja, de la misma casa de San Francisco de Borja y por lo tanto la familia Borgia del Papa Alejandro VI, y descendiente de los reyes de Castilla y Aragón.
Su hijo, Juan Enríquez de Borja Loyola Inca pertenecía a la línea de descendientes del rey Alfonso XI de Castilla, Juan II de Aragón, la casa de Borja, la casa Loyola y los Incas del Tahuantinsuyo. Sus títulos nobiliarios incluían el de Marqués de Oropesa, Marqués de Alcañices con grandeza de España (primera clase) y Señor de Loyola. Su marquesado en Perú fue gobernado por la familia Chiguantopa Inga.
La familia Chiguantopa Inga provenía de la panaca de Lloque Yupanqui. Cuando el año 1812 murió Martina de la Paz Chihuantupa Coronilla Pumayalli Ñusta, cacica y gobernadora del pueblo de Colquepata y sus ayllus en el partido de Paucartambo, dejó en su testamento la descripción de “doce retratos de los Yngas de la familia que estuvieron en el Corredor”.
Estos cuadros pasaron al Museo Inka de Cusco, y entre ellos se encuentra el cuadro de Luis Chiguantopa (figura 1), Alonso Chiguantopa Inga (figura 2) y Marcos Chiguantopa Inga (figura 3). Estos dos últimos fueron caciques y principales de Guallabamba y Colquepata. Su indumentaria es muestra del sincretismo entre las culturas andina y europea, en el que también destacan los elementos cristianos. Muchos se sorprenderían al ver un cuadro de un andino portando su investidura de Inca y al mismo tiempo sosteniendo una Cruz cristiana. Esta sorpresa es producto de la poca relevancia que le ha dado la historia tradicional a los incas católicos, aquellos descendientes incas que portaron el título de sus antepasados y fueron fervientes cristianos, a pesar de que ellos son la clave para entender el proceso de evangelización en tierras peruanas, el sincretismo religioso y el profundo arraigo que tiene la religión católica en el Perú hasta el día de hoy.
Durante el periodo virreinal, los nobles incas cooperaron con la administración española ocupando puestos políticos de relevancia, como alcaldías y alferazgos. Los caciques también mantuvieron su posición de poder, sirviendo como nexo entre el Estado virreinal y el pueblo indígena; estos puestos eran hereditarios. A cambio, la corona española les reservó privilegios dignos de la alta nobleza europea. El rey mismo los llamaba “hermanos y altezas”, a los descendientes directos del inca les concedió la condecoración del Toisón de Oro a perpetuidad, el derecho de presidir tribunales, concejos y cabildos en todos sus reinos, y a mantener una pequeña corte con sus consejeros (Allende, 1986). En resumen, los descendientes del inca podían hablar a nombre del Rey de España, tanto en América como en Europa.
Figura 1
Luis Chiguantopa Inga (Museo Inka de Cusco)
Figura 2
Alonso Chiguantopa Inga (Museo Inka de Cusco)
Figura 3
Marcos Chiguantopa Inga (Museo Inka de Cusco)
Bibliografía:
Alexandrovich, E. K. (2017). ‘Reconciliación’entre los españoles y la nobleza inca en Cuzco a través de una perspectiva heráldica. Emblemata. Revista Aragonesa de Emblemática, 23, 13-31.
Amado Gonzales, D. (2017). El estandarte real y la mascapaycha: historia de una institución inca colonial. Pontificia Universidad Católica del Perú. Fondo Editorial.
de Cadenas Allende, F. (1963). Nobiliaria extranjera. Ediciones Hidalguia.
Gonzales, D. A. (2019). Don Melchor Carlos Inca, el inca mestizo: Los Carlos Inca en el siglo XVII de la sociedad cusqueña. allpanchis, 46(83/84), 39-67.
Garrett, D. T., DÍAZ, F. D. P., ESPINOSA, C., MANGAN, J. E., LANATA, X. R., SANTOS-GRANERO, F., ... & WILLIAMS, S. R. (2003). Los Incas borbónicos: la élite indígena cuzqueña en vísperas de Tupac Amaru. Revista andina, 36, 9-63.
MacCormack, S. (2004). ¿Inca o español? Las identidades de Paullu Topa Inca. Boletín de arqueología PUCP, (8), 99-109.
Merluzzi, M. (2014). La monarquia espanyola i els darrers inques. Una frontera interior? Manuscrits: revista d'història moderna, (32), 61-84.
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