El pasado 21 de octubre, el abogado y escritor Gary Marroquín M...
En el Perú durante mucho tiempo se dividió a la población entre “criollos” e “indios” (o “sociedades indígenas”). Es decir, entre aquellas personas hispanohablantes y que viven en la ciudades; y aquellas otras que hablan quechua, aymara o cualquier otro idioma autóctono, y que viven en el “campo” (costa, sierra o selva). Hace un siglo los intelectuales de izquierda usaban con mucho orgullo palabras como “indio” (uno de los famosos 7 Ensayos… de Mariátegui se titula “El problema del indio”) o “indigenismo”. Actualmente en la izquierda se escandalizan cuando alguien utiliza los términos señalados, y se prefiere emplear el término “pueblos originarios”. Pero detrás de ese término hay mucho de manipulación y de leyendas.
«Pueblos originarios» no es una denominación universal, pues se aplica únicamente a ciertas comunidades originarias de América. Según la definición establecida en el Convenio 169 de la OIT, se trata de grupos de personas “descendientes de culturas precolombinas y que han mantenido sus características culturales y sociales, incluyendo su propia lengua”. Ya desde esa definición podemos darnos cuenta de que el término en el Perú solamente se podría aplicar a algunos pueblos amazónicos, porque a esas regiones nunca llegó el virreinato, y en ellas nunca se produjo ningún mestizaje. En cambio, todas las comunidades quechuas y aymaras son productos netos del mestizaje del virreinato de más de tres siglos en el Perú.
De hecho, la Base de Datos de Pueblos Indígenas u Originarios (BDPI) del Perú, a cargo del Ministerio de Cultura, registraba hasta hace poco a 51 pueblos de la Amazonía y solo cuatro pueblos andinos. Y eso se debe a que la difusión del quechua como lengua franca en el mundo andino –cuando llegaron los españoles existían en el territorio decenas de lenguas– es una acción de los sacerdotes españoles que elaboraron la gramática quechua (también de la aymara) para difundir el catolicismo. Esa es una de las características culturales sin la cual no se puede hablar de la peruanidad.
Este tema, que puede parecer limitado al mundo de los estudios culturales, ha cobrado una gran importancia política por la utilización que están haciendo de él los llamados “gobiernos bolivarianos”, el socialismo del siglo XXI. En aquellos países en los que ha logrado acceder al poder, el bolivarianismo propone establecer asambleas constituyentes para convertir a esos países en repúblicas “plurinacionales” y con equidad de género. Así, en esas asambleas la representación de la población no está basada en los principios democráticos (una persona, un voto) sino en la equidad entre las diversas “naciones” existentes en el país, entre las que se incluye a todos los pueblos originarios. Es decir, que un pequeño pueblo amazónico podría tener la misma representación que una ciudad como Lima. Y a eso hay que sumar las representaciones por gremios, por cuotas de género, etc., que hacen aún menos democrática esa representación.
Todo eso se agrava ahora que en la BDPI se está comenzando a incluir a otro tipo de agrupaciones como “pueblos originarios”. Por ejemplo, a la Central Única Nacional de Rondas Campesinas (CUNARC), alegando que son “representantes de los pueblos indígenas ante el Estado Peruano”. Los dirigentes de CUNARC y las propias autoridades del Ministerio de Cultura quieren hacernos creer que las rondas representan a más de dos millones de personas del área rural. De ser eso cierto, la CUNARC se convertiría así en la principal representante de todas las comunidades del Perú.
El tema también ha comenzado a crear grandes problemas en Chile, donde el proyecto de nueva Constitución, que todavía debe ser aprobada en un referéndum, establece para las comunidades originarias derecho a espacios de jurisdicción propia, derecho a que determinados territorios sean administrados por ellos mismo y hasta el reconocimiento al derecho de libre determinación y autonomía, algo que pondría en peligro la propia existencia del país. ¿Queremos algo así para el Perú?
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