El pasado 21 de octubre, el abogado y escritor Gary Marroquín M...
Aquí presentamos los artículos de la segunda edición de la revista S.P.Q.R, en la que se analizan los mensajes anti occidentales del neoindigenismo que habla de supuestos “pueblos originarios”, en contraposición a nuestra herencia hispana. Evidentemente este análisis no se puede desarrollar sin reflexionar sobre la identidad nacional y latinoamericana a partir de las mezclas de las tradiciones de los pueblos prehispánicos y la herencia española.
Debajo de los artículos publicados se podrá descargar el PDF de la última edición de la revista (y de la anterior).
En unas semanas S.P.Q.R. tendrá su propio repositorio.
POR JORGE MARTÍN FRÍAS
Director de la Fundación Disenso
La perpetua ruptura de los vínculos sociales que vive hoy Occidente tiene múltiples causas. Muchas de ellas hay que buscarlas en la endofobia, de donde derivan las cuestiones identitarias, ideológicas y pseudohistóricas. Esta cultura de autoodio que atraviesan nuestras sociedades bucea en la historia en busca de factores diferenciales con los que colectivizar y diferenciar a los individuos, algo que ha conseguido con relativo éxito. En la Iberosfera ese hecho diferencial se mueve en un binomio que hasta hace unas décadas era indisociable: la historia de España y la de América.
La Hispanidad, que trasciende a España –así como el español trasciende al castellano– conforma un fuerte vínculo histórico y cultural que lleva siglos hermanando a cientos de millones de personas a ambos lados del Océano Atlántico. Esta homogeneidad en la pluralidad, persistente a pesar del tiempo y la distancia, actúa como un muro de contención a todo tipo de ideologías totalitarias.
Es por eso que este vínculo, esta historia común, representa hoy un obstáculo para todos aquellos que quieren penetrar en la vida social y política de América con el objetivo de implantar ideologías criminales como el denominado “socialismo del siglo XXI”, una careta del comunismo. Como pronosticó y desarrolló Antonio Gramsci en su obra, para hacerse con el poder no bastaba con la batalla política en el campo de las ideas, sino que se hacía necesario subvertir los vínculos culturales que hacían de las naciones un todo, una homogeneidad unida por lazos históricos, familiares, políticos o culturales. Una vez disueltos, la sociedad sería más sencilla de conducir, más maleable, pues la lucha común por una identidad propia desaparecería. Esas instituciones ejercen un contrapeso frente al ubicuo poder del Estado, que busca terminar con ello e imponerse en una única relación: la de la persona sometida al poder.
En el mundo hispano, el espolón de proa de esa fractura lo encarna el indigenismo, venido a más en la última década, al calor de las ideologías excluyentes que han emanado las facultades de Estados Unidos desde finales de los años sesenta y principios de la década de los setenta.
Lo que un día se tomó como delirios teóricos en ciertos departamentos universitarios, hoy componen una realidad que ha llevado a las calles de estos países los disturbios que buscan replicar lo que ya ocurrió en Norteamérica algunas décadas atrás. Un ejemplo de ello son los derribos de estatuas, a lo largo y ancho de Sudamérica, que habían permanecido ahí durante siglos. Estatuas que eran testigos privilegiados de los tiempos y que fueron reivindicadas por la población local, que en muchas ocasiones conmemoraba efemérides comunes con nuestro país.
Este indigenismo vendría a representar el hecho diferencial frente a España, a la que se presenta en torno a una Leyenda Negra implacable frente a los pueblos precolombinos, a los que se idealiza y ensalza con tintes identitarios y folclóricos. Este movimiento no solo evita reconocer el legado común de siglos de historia compartida con España, sino que también obvia hablar de las matanzas y de la situación de esos mismos pueblos poco antes de la llegada de Colón.
Frente a esta narrativa se encuentra la historia real, sin edulcorar. Pero lo que muchos desconocen es que el primer homenaje a Colón no se celebró en Madrid ni en Sevilla, y tampoco en cualquier otro lugar de España. Corrió a cargo de Ricardo Monner Sans, militar y posteriormente cónsul en Hawái, que organizó dicho homenaje ya a finales del siglo XIX, en 1892, en la ciudad de Buenos Aires. El acto sentó el precedente de una celebración continuada que vendría después, y que aglutinó a numerosas personas que se unieron a la conmemoración.
Afirmaba Julián Marías que desde finales del siglo XV no se puede estudiar España sin verla desde América. Pero hoy, además, puede cambiarse el orden de la premisa y sentenciar que tampoco puede estudiarse América sin verla desde España. Y es que las amenazas que comparten los países de la Iberosfera, empezando por España, son comunes. Hoy los valores básicos de toda democracia liberal son atacados: la libertad, la separación de poderes, el Estado de derecho, el imperio de la ley. Estas amenazas se agrupan en núcleos de poder en Madrid, Caracas o Managua, y encuentran en el Foro de São Paulo o Grupo de Puebla el nexo común para obrar en los diferentes países. Son estos foros y sus satélites mediáticos los más interesados en acabar con el legado común de la Hispanidad, que se ha alzado como un obstáculo en su agenda, que no es otra que implantar el comunismo tal y como ocurrió en países como Cuba o Venezuela.
Sin una tabula rasa, sin un punto de partida a cero, las ideologías criminales que pretenden imponerse a través de estos foros internacionales no tendrían cabida en ninguna de estas sociedades del sur de América, puesto que los valores que frenan a los tiranos cuentan con profundas raíces culturales, históricas y religiosas.
La Hispanidad, que ha sido capaz de unir naciones durante siglos, que tendió puentes entre continentes y que es celebrada en latitudes de todo el mundo, ha de ser reivindicada no como un legado, sino como un presente que trasciende España y configura una cultura común propia de la que participan todos los países. Y que ni la fobia a lo propio ni las grandes campañas de propaganda han conseguido derrumbar más de 500 años después.
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