Manuel Gago
Vizcarra y la sociedad de medio pelo
Paliativos en lugar de soluciones a los problemas

El populismo del presidente de facto, Martín Vizcarra, no tiene límites. En medio de la crisis política, agudizada por la denuncia contra el Estado peruano ante el tribunal internacional CIADI, Vizcarra anuncia medidas para recuperar su popularidad. En lugar de ofrecer soluciones concretas para reducir la criminalidad en las calles y mejorar la economía nacional, Vizcarra ofrece paliativos.
Para disimular la ingobernabilidad, la crisis ministerial y los nuevos nombramientos, Vizcarra anunció la intervención de las Fuerzas Armadas en las calles para proteger a la población del incremento de la delincuencia. Sectores de la población aplaudieron la decisión, sin más explicaciones legales y sin observar las posibles consecuencias. Con esto, Vizcarra admitió el fracaso del Ministerio del Interior y su lucha contra la inseguridad ciudadana. Asimismo, se anunció el retiro de los policías que custodian a los congresistas. La campaña de demolición contra el Parlamento hace que la gente crea que los congresistas estorban y no tiene derecho a nada, menos a protección policial.
La estrategia de sometimiento organizado por quienes controlan el país, a través de Vizcarra, funciona y ofrece resultados. Vizcarra y su gente hacen lo que les da la gana al margen de las leyes y la Constitución. La gente todavía aplaude.
Después de 20 años, la influencia del marxismo en la sociedad es notoria. Aún cuando el terrorismo de Sendero Luminoso (SL) y del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) causaron la muerte de más de 30,000 personas y la destrucción de la infraestructura nacional por más de US$ 30,000 millones, amplios sectores de la población son caldo de cultivo para el comunismo y sus planes contra la Constitución, el mercado, las inversiones privadas, la democracia y las libertades. Somos una sociedad de medio pelo estancada en el ingreso medio, sin reformas nuevas y necesarias para impulsar el empleo, los salarios y las oportunidades. No existen leyes sustantivas para continuar reduciendo la pobreza y enfrentar la informalidad. Tampoco maneras de mejorar los servicios públicos de responsabilidad del Ejecutivo. La inviabilidad de Perú es casi una realidad. El pesimismo está justificado.
En este escenario de confusión, desorden y ausencia de valores, se multiplica la corrupción con la complicidad de las autoridades. No obstante, por la presunta lucha anticorrupción impulsada por Vizcarra, las medidas del mandatario no apuntan a destruir las raíces de la delincuencia, menos a la recuperación de la economía. Reformismo cero. Las supuestas reformas políticas y judiciales sirvieron para engañar a una sociedad idiotizada por los titulares y contenidos de los medios que esparcen odios con naturalidad.
Los yerros de los medios ayudan a las fuerzas fácticas a obstruir la dinámica de la política y la democracia. Detrás de bambalinas, sin ser elegidos por la población en ningún proceso electoral, estos actores, desconocidos por el público, le imponen al país su voluntad. Lo hacen desde el corto periodo de Valentín Paniagua, transición tibia y hasta cómplice del senderismo. La debilidad de la institucionalidad es la gran victoria del comunismo.
La corrupción continúa golpeando al país con otros actores. La supuesta lucha anticorrupción enarbolada por el vizcarrismo sirve para ganar posiciones políticas, controlar las instituciones nacionales y defender intereses económicos. La falta de ingenio y agallas frente a los verdaderos problemas del país visten de cuerpo entero al mandatario. “Le pesa el rabo de paja”, hubiera dicho mi padre.
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