Diego de la Torre

Vacunemos al arte contra el virus neomarxista

Para que respete valores como la familia, la ética y la peruanidad

Vacunemos al arte contra el virus neomarxista
Diego de la Torre
15 de diciembre del 2020


En el 2009 el pensador británico Roger Scruton sacudió al mundo artístico y cultural sosteniendo que “Inglaterra se ha vuelto indiferente a la belleza” mostrando una preciosa foto de la modelo Kate Moss y una imagen de “El nacimiento de Venus” de Botticelli. Este gran humanista llamaba la atención sobre la importancia de la belleza para enriquecer nuestra vida e inspirar a la humanidad. Como decía Ortega y Gasset: “A la ética por el camino de la estética”. Un acto noble y correcto tiene belleza. Un acto innoble y corrupto tiene fealdad.

Scruton, en su famoso documental de la BBC “¿Por qué la belleza importa?” exhorta a la comunidad cultural y al mundo a que la belleza retome su lugar tradicional en el arte, en la arquitectura y en la música. Cuando uno asiste, por ejemplo, a algunas exhibiciones de arte moderno y ve un plátano adherido con gutapercha en la pared, uno se cuestiona el valor artístico y estético de esa pieza.

Algunos artistas contemporáneos se han vuelto perezosos, no estudian con rigor, son improvisados o aún peor, han sucumbido a la contaminación ideológica nihilista-relativista- neomarxista en el arte para compensar o justificar su poco talento. Es evidente la metástasis de fealdad que esa ideología radioactiva del odio ha producido en el mundo del arte y la cultura. La flojera filosófica de Occidente de los últimos años se ha dedicado solamente a describir al ser humano “como es” en lugar de centrarse en “cómo debería ser”. Esto es hijo del matrimonio de la igualdad con la libertad, que ha producido lo que el filósofo español Javier Gomá llama la "vulgaridad dominante".

Independientemente de lo positivo en la sociedad contemporánea, de que todos hayan conquistado el derecho de expresar su individualidad al máximo (libertad +igualdad), el poco acceso a la educación ha producido expresiones culturales de la más diversa calidad y contenidos bizarros como aquella exhibición de estatuas de excremento de elefante que describe Vargas Llosa en “La Civilización del Espectáculo”.

Esta casi orfandad de producción cultural y artística de calidad es el escenario perfecto para la "creación de contenidos" con derivadas ideológicas que usan al arte como caballo de Troya para propaganda política. En una sociedad como la peruana necesitamos que se privilegie el consenso, la discusión democrática civilizada, no el conflicto. La historia ha sido testigo de la devastación que una ideología basada en el conflicto generó en el mundo. No permitamos que versiones metamorfoseadas y camufladas de la lucha de clases, expresadas en el “arte social”, monopolicen la oferta artística.

En mi opinión, el arte debe inspirarnos, elevarnos y unirnos, no enfrentarnos. Creo fervientemente en la importancia de promover una visión integradora, inspiradora, creativa y no conflictiva de las diversas herencias culturales del Perú. Debemos evitar la asimetría tanática en desmedro del eros creador y positivo, que es –en mi concepto y en el de renombrados neuropsicólogos como el canadiense Jordan Peterson– la mejor forma de formar ciudadanos responsables y no masas mendicantes dependientes de las dádivas del Estado. Reitero, debemos estar muy alertas, sobre todo en la era digital, de los caballos de Troya ideológicos que usan al arte y la cultura como armas de propaganda política. La izquierda quiere dinamitar valores, crear caos, conflicto y fealdad endémica debilitando las energías creativas de nuestra riquísima y diversa cultura.

El arte debería promover una heterogeneidad orquestada bajo una sinfonía común que respete valores como la libertad, la familia, la ética y la peruanidad que compensen el nihilista relativismo ético-estético del neomarxismo cultural donde "todo vale", incluso una estatua de excremento de elefante que hiede. El arte, en mi opinión, es lo que te genera un sentimiento elevado, como el que me produce el precioso retrato de mi abuela cuidando a su bebé hecho en París por mi abuelo, el pintor Macedonio de la Torre, en 1928. Él inmortalizó con talento la belleza de ese momento. El “arte feo y bizarro” debe tener espacio en una sociedad libre; pero no debe monopolizar, ni mucho menos imponerse, mediante dictaduras culturales neomarxistas.

Diego de la Torre
15 de diciembre del 2020

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