Manuel Gago

Toledo: la gran estafa

Quien a hierro mata, a hierro muere

Toledo: la gran estafa
Manuel Gago
21 de julio del 2019

 

La victoria política de Alejandro Toledo fue también la victoria de Sendero Luminoso. Antes del 2000, los maoístas aprovecharon la oportunidad para organizar y capitalizar abiertamente las manifestaciones en contra de Alberto Fujimori. El senderismo encontró en Toledo el camino perfecto para recomponerse, para liberar a sus cuadros políticos y militares de la cárcel y para comenzar a actuar públicamente.   

No obstante, Toledo —como aspirante a la presidencia de la República— pretendía aprovecharse de la popularidad de Fujimori. Antes y durante la campaña presidencial del 2000 ofrecía ser el constructor del “segundo piso” del fujimorismo. Por la evidente falta de condiciones para gobernar y su pública adicción por la frivolidad, su popularidad se desvaneció rápidamente. Los cholos del Perú fueron estafados impunemente. “Los notables”, como los de estos días, los que apuntalaron la figura del “sano y sagrado”, deberían pedir disculpas públicas al país (¡aló, Mario!). Las mismas disculpas que, por antojo, exigían a los fujimoristas después de los noventa.     

En marzo de 2003, Toledo caía en la aceptación popular debido a la desfachatez con que manejaba los asuntos de Estado y su vida personal (negando la paternidad de Zaraí). En julio de 2004, la aprobación de Toledo alcanzaba un dígito. El capital político que logró con la Marcha de los Cuatro Suyos terminó dilapidado de manera irracional. Desde los primeros días del toledismo, Perú perdía la dirección hacia la que había emprendido desde 1990, sin ninguna capacidad de rectificación. 

Con Toledo, el provinciano, se crearon apresuradamente los actuales gobiernos regionales, caracterizados hoy por la ineficiencia en el gasto público. Según el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), entre enero y mayo solo del 19%, en promedio nacional. Además de la pobre capacidad de gestión y técnica, en los gobiernos regionales campea la corrupción organizada, experta en diluir los presupuestos, sin ofrecer las obras que la población reclama.   

Toledo, el que supuestamente acreditaba solvencia académica, era “el hombre” de una clase política que en los noventa hizo sus esfuerzos para desestabilizar al Gobierno de Alberto Fujimori. Toledo, el cholo incorruptible para la mayor parte de la población de esos días, se benefició de una corriente política conformada principalmente por las ONG y los “cívicos” denominados ahora “caviares”. Las cúpulas de los partidos, denominados por entonces tradicionales (Apra, Acción Popular, Popular Cristiano y algún otro inexistente hoy en día) otorgaron su confianza al hombre de la chakana. 

En Perú, las popularidades son volátiles. ¡Qué dirían ahora mis dos tías que pasaron a la eternidad! Una de ellas, fervorosa sutepista, muy contenta con la victoria del cholo como ella y como todos. Mi otra tía colocó en marco de plata, en el mejor lugar de su sala, la foto de su nieta muy contenta al lado de Toledo. Hoy, el “hijo predilecto” de Cabana es un modelo inimitable. El segundo piso reformador, que prometió, nunca se edificó. Por el contrario, su vinculación con Gustavo Gorriti y con otros personajes alineados con el marxismo oenegero, desató una ola de persecución que destruía las instituciones nacionales y llevó a la cárcel a justos e injustos, todos medidos con la misma vara que ahora mide a Toledo. 

Con Toledo se organizó una campaña de desprestigio enorme, instigada por la misma gran prensa de estos días. Por esto, los odios volvieron a brotar en el país con mayor virulencia. La inolvidable Matilde Pinchi Pinchi fue la ficha más valiosa del poder que controlaba el sistema de justicia, exactamente como ahora. Sus dichos eran la última palabra para perseguir y acusar de fujimontesinistas a quien sea. 

La mayoría de la población de esos días es la misma de hoy: la que se regocija con los caídos que aplaudieron y adularon antes.

 

Manuel Gago
21 de julio del 2019

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