Manuel Gago
Saturno devorando a su hijo
La gran obra de Goya y el Perú de hoy

En 1987 visitamos por primera vez el museo del Prado, en Madrid. Yo estudiaba en la universidad pontificia Comillas, y por entonces una obligación intelectual era recorrer los pasillos del más importante centro dedicado a la colección de obras de arte español y extranjero.
Después de repetidas visitas realizadas en otros años, las obras de Goya, Velásquez, el Greco, Murillo, Ribera y otros importantes pintores, quedaron en el recuerdo –como se dice– imperecedero. Por un conocedor de arte supimos que Goya pintaba lo que quería y como quería. Sin embargo, sus obras más populares representan la vida cotidiana del español del siglo antepasado (La gallina ciega, La vendimia, los gitanillos y otros) que contrastan con Los mamelucos, Los fusilamientos y Saturno devorando a su hijo, del llamado periodo oscuro, de imágenes indescifrables, impactantes y cargados de horror humano.
Maurizzio Zamudio, profesor de historia del arte de la UPC, diplomado por la Universidad de Exeter, en Reino Unido, señala el contexto histórico en el que fue desarrollada la pintura sobre Saturno –el dios anciano– y su sangrante hijo. Para Sigmund Freud, la obra representa a un Saturno melancólico y destructor. Otras interpretaciones muestran al dios bestia de la mitología griega angustiado por perder sus energías vitales. Para el historiador peruano la obra fue concebida en un contexto crucial para los españoles de la época: Fernando VII asumió el reinado después de un golpe de estado contra su padre Carlos IV con el delirante respaldo del español promedio (1808).
Con la llegada de Napoleón Bonaparte hasta la Puerta de Alcalá, el nuevo rey en el exilio recibió el sobrenombre de “el deseado”. Cuando el invasor francés se retiró de España, Fernando VII recuperó el trono y deshizo, de manera absolutista y autoritaria, todo lo avanzado durante su ausencia. Es cuando Goya, según Zamudio, decide dedicarle la imagen horrenda del hijo devorado en carne viva, logrado por la intensidad del blanco y rojo elegidos por el autor. “Fernando VII no fue un buen rey, fue desastroso para España y puso a las colonias en curso de colisión con la metrópoli”, señala el historiador.
En Perú, en estos días de confusión y engaño, Saturno representa a un Estado agotado, inviable, impotente y malvado con sus ciudadanos. Más de 180,000 personas fallecidas durante la pandemia es una muestra. Por cuestiones puramente políticas, el ex presidente Martín Vizcarra negó la participación plena de las Fuerzas Armadas, las iglesias y el sector privado en la estrategia contra el virus chino. A la luz de los hechos, pensó consolidar su posición política venciendo solo al Covid-19. El resultado fue nefasto.
Saturno (el Estado), se comerá –como se dice coloquialmente– con zapatos y todo a los peruanos. Seremos engullidos, sangrantes y sin compasión, por el comunismo que ha matado a más de 120 millones de personas en Rusia, China, Cuba, Camboya, Angola y otros países como Perú, por intermedio de Sendero Luminoso que ahora podría tener las riendas del país. Una situación delirante, como la de la España de Fernando VII.
En este panorama sombrío, si más de la mitad de la población no reacciona ahora, la maquinaria comunista controlará sus vidas sin miramientos. Las personas han comenzado a proteger sus ahorros e inversiones desviando su dinero al extranjero. Si las importaciones serán restringidas, como ha señalado Pedro Castillo, la informalidad nacional (75% de la población) quedará literalmente varada en las calles. La mayor parte de sus mercaderías son importadas o elaboradas con insumos extranjeros.
Venezuela ha demorado 20 años en consolidar el comunismo. Hoy se da el lujo de anunciar, exportar y financiar vendavales bolivarianos. Con esa experiencia, el Saturno de Goya se impondrá con la venia de quienes ignoran o han olvidado lo que el socialismo de Juan Velasco y el terrorismo senderista han significado para la sociedad peruana.
Saturno tiene un nombre en Venezuela: Nicolás Maduro. Pronto sabremos el nombre del siguiente. ¡Qué el Señor nos libre!
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