Dante Olivera
Razón, política, moral y derecho constitucional
La Constitución y sus valores son más importantes que nuestra ideología
Hace poco tuve una serie de vivencias personales que me motivaron a seguir ciertas ideas que vengo a comentar brevemente de manera alegórica, toda vez que de los casos concretos se pueden abstraer enseñanzas que lleguen a impactar en la profesión que uno ejercerá: en este caso, el derecho, derecho constitucional en específico.
Como es sabido, el derecho constitucional es la rama del derecho más politizada, toda vez que tiene una intrínseca relación con la ciencia política, las instituciones políticas, hay conflictos de valores y una gran discrecionalidad judicial. Uno de sus objetos principales de estudio, como es la Constitución, muchas veces es seguido del adjetivo “política”, poniendo de manifiesto la relación política en esta rama.
La Constitución como instrumento de racionalización y limitación del poder, debería ser el pilar en los modernos Estados (más aún en los que se dicen llamar “Estados constitucionales”), debería encargarse de fijar mínimas reglas para la convivencia, de proporcionar los instrumentos para la correcta defensa de derechos fundamentales, entre otras cosas. Idealmente eso debería pasar, pero materialmente pareciera que no es así.
No importa si uno puede tener la Constitución más garantista de todas o aquella “perfecta” (como es cierto ideal ingenuo que he escuchado), al final casi todo lo descrito en el párrafo anterior está en función de la capacidad humana de hacerlo realidad. No importaría, pues, tener una buena Constitución si no se tienen buenos jueces, pero, sobre todo buenas personas, entendiendo a estas como seres virtuosos (o con sentimiento constitucional, para en el caso específico).
Es en el presente punto donde surgen los problemas, amenazas y posibilidades del derecho constitucional en nuestro país: una rama del derecho con un gran agregado político de génesis, en medio de una cultura presumiblemente poco virtuosa, en un contexto político cada vez más polarizado, con unos medios de comunicación y sectores sociales con evidentes ideologías que cada vez ejercen más presión para temas que rondan entre lo político y lo “sensible”, y una transformación de la mente universitaria en la que (y, sobre todo, en universidades nacionales) las pasiones políticas, la cada vez mayor sensibilidad (en todos sus sentidos posibles) e intolerancia parecen estar ganando más terreno.
Los temas macros de alcance nacional son evidentes. Me permito hacer un recuento de hechos donde el derecho constitucional, los constitucionalistas y actores que usan los instrumentos constitucionales quedan mal parados: 1) Un abuso y acoso (persecución) por la “incapacidad moral” hacia un expresidente de parte de una política perdedora ; 2) El mágico invento de la denegación fáctica por parte de un expresidente del Tribunal Constitucional que ocasionó un golpe de Estado; 3) El avalar mediante una sentencia larga y espuria del TC la “denegación fáctica”; 4) Dar cierto indulto a un expresidente por razones “humanitarias” y al final darse cuenta de su verdadera condición de salud; 5) Una interpretación antojadiza y arbitraria contra una magistrada por su edad que, a pesar de toda la evidencia y argumentación constitucional de su abogado, acabó con su inhabilitación; etc. Todos estos hechos son donde se combina, la razón (o irracionalidad), la moral (valoración) y la política (o lucha desenfrenada por el poder). Sin embargo, esto no es lo que más me preocupa.
Cuando Mauro Barberis vino a San Marcos hace unas semanas hice la siguiente pregunta: ¿Cómo puede influir el factor del cambio de mentalidad o cambio de la psique de los jóvenes en el futuro del constitucionalismo y la democracia? Toda vez que considero, a estas alturas, que son los universitarios, los jóvenes, sus mentes, las que, o pueden ser los moderadores o mejoradores de las condiciones presentes, o pueden ser los auténticos decantes del orden constitucional.
¿Cómo se ejerce la docencia universitaria actual para el Derecho Constitucional? ¿Con qué afinidad política, ideológica o grado de tolerancia se está enseñando? Pero, sobre todo, ¿Cómo influye la política y los valores en ella? Esto es relevante en la medida que, advierto, pareciera que la política se “está comiendo” al derecho constitucional y a los valores mínimos (objetivismo moral mínimo o deontologismo moral mínimo) no solo a nivel macro, sino a nivel micro, esto es, en las universidades.
Un radio interesante podrían ser las siguientes autopreguntas: 1) ¿En qué medida o grado estoy dispuesto a degradar o censurar una idea que considero incorrecta?; 2) ¿Sería correcto que lo que yo hago, que influirá en otros, también sea hecho contra mí?; 3) Si tengo que elegir entre lo que yo creo y lo que la Constitución manda, ¿A cuál preferiría?; 4 ¿Estaría dispuesto a aceptar cuando mi error es evidente?; 5 ¿Estaría dispuesto a darle la razón a una persona que piensa totalmente distinta a mí porque sé que es lo correcto? Las preguntas giran en torno a la tolerancia, la democracia, la crítica (o autocrítica) y la Confraternidad que se puede estar gestando de cara a los futuros profesionales y operadores (o inquisidores) del derecho. Como le digo a un amigo y futuro colega: me preocupa mucho que de una determinada manera estén pensando nuestros futuros jueces constitucionales.
Finalizo señalando algo rescatable de un actual magistrado cuando vino a San Marcos. Dicho magistrado económicamente es liberal (al igual que mi persona); sin embargo, entre su posición económica y política para ciertos casos que le tocó resolver, prefirió la Constitución y los valores constitucionales que tiene, por ahora, nuestro régimen económico. Creo que ese es el camino en nuestro aún adolescente constitucionalismo, el preferir la Constitución y sus valores, a nuestras concepciones políticas o ideológicas.
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