Eduardo Zapata
No hay (de) otra…
Sobre democracia, educación y meritocracia
Entre nosotros los peruanos –particularmente los citadinos– la expresión de uso común es ´no hay otra´. Por lo demás, se trata de una expresión bastante extendida en España. En cambio la locución ´no hay de otra´ es considerada un americanismo, pues es común en varios países de habla hispana en América Latina. En cualquier caso, ambas expresiones se refieren a una suerte de aceptación resignada (ante una situación no siempre agradable) de que no existe una opción distinta a aquello que se nos presenta.
Anotemos, al paso, que la segunda forma discursiva se empieza a escuchar cada vez más seguido entre nosotros. Tal vez como resultado de las recientes y significativas migraciones de los últimos años. Nunca está demás tomar nota de este tipo de observaciones culturales pues en algún momento nos ayudan a elucidar alguna otra ocurrencia incluso política o social. ¿No será tomar esta rápida penetración de una forma lingüística una manifestación de una integración cultural acelerada de los migrantes en nuestra cultura?, por ejemplo.
Lo anteriormente señalado –aparte de ser lingüísticamente interesante– viene al caso para poner en evidencia fórmulas habituales que se suelen utilizar hábilmente también para la comunicación política. No por ser viejas, dejan de ser relevantes.
Y es que a fuerza de posicionar una expresión cualquiera durante un tiempo prolongado, ella se convierte en normal para nuestros usos idiomáticos. Y claro está que en tiempos de explosión de redes sociales –y este es el quid del asunto– podemos crear no solo opciones lingüísticas sino entonces aun políticas. Desde hace algunos años y para imponer una determinada posición como ineluctable y a la vez descalificar otra, solemos leer “Si esa es la voz vociferante de derecha, no queda otra sino el voto por el antisistema”. O mensajes análogos.
En una nota anterior subrayamos la evocación recíproca existente entre institucionalidad, democracia y meritocracia. Para referirnos a un país donde las instituciones coaptadas por advenedizos mediocres difícilmente pueden garantizar la existencia de una democracia estable y plena. Pero al parecer algunos supuestos analistas cognitivamente extraviados –fundamentalmente por su sesgo ideológico– consideran que el concepto de mérito es clasista y opuesto entonces al ideal de la igualdad de oportunidades. Siguiendo este ´razonamiento´ el mérito resultaría un enemigo de la democracia y el cero educativo permanente de una conveniente ´igualdad de oportunidades´
Sophie Coignard, autora de La Tiranía de la Mediocridad, nos dice precisamente que una democracia exige salvar el valor del mérito como garantía para evitar privilegios perpetuos, inmovilismo social y obviamente el concepto mismo de igualdad de oportunidades.
Si queremos un país serio debemos luchar por la prevalencia del mérito como un antídoto frente al elitismo extractivista de quienes quieren vivir solo del Estado acudiendo al llamado al voto ´antisistema´ para garantizar sus intereses. Oportunos disfraces de las izquierdas modernas. Que pueden sembrar muchos candidatos para terminar descalificando a uno –al que no les convenga– haciendo aceptar al otro como ineluctable.
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