Manuel Gago
¿La desobediencia libera y cura?
¿El país se inmunizará gracias a los pobres?

Los contagiados y muertos por Covid-19 aumentan. Semanas atrás se inventó el término “martillo” para denominar a las acciones que lograrían que las curvas estadísticas se “achaten”. Y no fue así. Ahora utilizan el término “meseta” para sostener que los indicadores de la pandemia se estabilizan con tendencia a la baja. Palabrería útil para confundir y crear expectativas en la población, con estadísticas que no empatan con la realidad.
En este escenario, el vizcarrismo continúa señalando la desobediencia y la falta de civismo de los pobres, obligados a trabajar a escondidas. Según los oficialistas, la cuarentena se extiende por la necedad de los sectores populares; pero esos sectores políticos no entienden las carencias de los pobres, la manera ´como van perdiendo sus trabajos, pequeños negocios y mercadería perecible. En el campo no hay trabajadores para las cosechas de temporada.
“Nadie es experto en pandemias o coronavirus”, sostiene el vizcarrismo. Sensatez, ciencia, imaginación y agallas son necesarias porque el poder del hambre es descomunal y no conoce límites. Frederick Nietzsche enseña que “para conquistar la verdad, hay que sacrificar casi todo lo que es grato a nuestro corazón, a nuestro amor, a nuestra confianza en la vida”.
En este reinado de confusión perenne, los esnobistas y frívolos se unen a los estatistas. Criollos, “blancos”, pijos endebles, chulos de dos pesetas y horteras no comprenden que la desobediencia es inherente al poblador andino, a la raza humana. La desobediencia es recurrente en el Antiguo y Nuevo Testamento. La tradición autoritaria, asentada en el Perú por siglos, ha generado rebeldías extendidas en silencio y en actos de violencia. Los privilegios de los pobladores relacionados con el incanato herían profundamente a los conquistados. Los pobladores marginados, descastados y movilizados contra su voluntad acumularon envidias, desprecios, odios, resentimientos y desobediencias que los comunistas atizan constantemente.
Los pobladores de los 200 reinos que conformaron el Perú antiguo –según el historiador Waldemar Espinoza– resistieron. Con el avistamiento de un liberador prometido por el dios Wiracocha, los antiguos peruanos desobedecieron las ordenanzas cusqueñas. Se pusieron del lado del conquistador Francisco Pizarro contra el inca Atahualpa, enfrentado a su hermano Huáscar en una descarnada guerra civil.
Tres siglos después se desencadenaron otros actos de desobediencia en la zona andina: el proceso de liberación de la monarquía española, antes de las campañas emancipadoras en las pampas de Junín y la Quinua en Ayacucho. “Se puede decir que la independencia del Perú fue un movimiento netamente criollo y, por tanto, anti indígena y anticampesino”, señala Espinoza. Antes de 1824, cuarenta años antes, se produjeron rebeliones de los indios de Carabaya, Cotabambas y Castrovirreyna; de Vicente Mora Chimo Cápac en Chicama, de los curacas de las antiguas panacas del Cuzco, de Oruro, de Juan Santos Atahualpa en el Gran Pajonal, de los caciques de Paita, de Andrés Ignacio Cacma y de Azapampa, entre otros.
La choledad desobedeció al virrey instalado en la Lima complaciente con el invasor. “He llegado al país clásico del sol de los Incas. Aquí el sol verdadero es el oro (…) de gentes ávidas de fasto y oropeles”, le escribe Simón Bolívar al poeta ecuatoriano José Joaquín de Olmedo. Y agrega, en otra misiva, que de Lima recuerda a un triste personaje que lo saluda poniéndose de cuatro patas (Víctor Raúl, de Felipe Cossio del Pomar, 1969).
Los “científico sociales” del círculo palaciego no previeron el fracaso de la cuarentena medieval y el gran daño a la economía nacional. Desde el comienzo el doctor Herberth Cuba, experto en salud pública, señaló el abandono del enfoque comunitario para reducir el número de contagiados. En su lugar se abrió las arcas estatales para regalar dinero y romper la cuarentena. Los pobres salieron a las calles a contagiarse y contagiar, en lugar de asistirlos en sus domicilios.
No obstante, por intuición –sabiduría innata– los poblados de la sierra preparan inhalaciones, brebajes y sahumerios con eucalipto (antiséptico), manzanilla (antiinflamatorio) y otras hierbas para detener –según los médicos– la “tormenta trombótica” causada por el coronavirus. Y si los virólogos, científicos e investigadores están en lo correcto, las curvas de propagación y muerte descenderán de manera natural: la “inmunización del rebaño”. Es decir, por los pobres, por los desobedientes y faltos de civismo, la pandemia será “achatada”. La economía nacional por los suelos. Y los pobres, abandonados como siempre.
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