Heriberto Bustos
Entre la materialidad y el misticismo
Los tiempos difíciles crean hombres fuertes

En un viaje interprovincial coincidí con un antiguo compañero, aguerrido por entonces y “cómplice” de compromisos por lo que considerábamos importante y necesario: aportar a los cambios que el país necesitaba (y continúa necesitándolos, aun con más fuerza ahora). Recordábamos, entre otras cosas, que asumir responsabilidades políticas requería integridad moral, así como la renuncia a inclinaciones individuales. Lo expresábamos en la máxima: “por encima de los intereses personales están los intereses del país y de la revolución”.
Se trataba de un compromiso convertido en mística, en circunstancias sociales donde la oligarquía se revolcaba desesperadamente en sus estertores de despedida. Sin mayor claridad que la esperanza de mejores condiciones de vida para los peruanos, allí estábamos, “intentando poner el pecho”. Ciertamente no éramos los únicos: fueron oleadas de jóvenes que, inspirados por acontecimientos históricos externos, idílicamente asumimos compromisos de cercanía y conjunción. Nos acompañaba la voluntad de mostrar la estrecha relación entre lo que se dice y lo que se hace. Momentos idos.
Aunque estamos acostumbrados a ver la historia como un discurrir lineal, existen ciclos. Como bien lo señala Michael Hopf: “Los tiempos difíciles crean hombres fuertes; los hombres fuertes crean tiempos fáciles; los tiempos fáciles crean hombres débiles; y los hombres débiles crean tiempos difíciles.”
Pertenecimos a los tiempos difíciles: más hambre, más miseria, menos oportunidades. Por tanto, teníamos fuerza suficiente —ideales— para afrontar lo existente y pretender modificarlo. Los cambios llegaron, pero no por casualidad. Con ellos vinieron los tiempos fáciles: mejora paulatina de las condiciones de vida, oportunidades educativas, avances tecnológicos. Sin embargo, esos tiempos fáciles crearon hombres débiles, blandengues, que se fueron alejando de la espiritualidad y se internaron en el camino del facilismo y el oportunismo.
Así se puso de cabeza la máxima “virtuosa” de los tiempos difíciles, reemplazándola por el beneficio individualista. Muchos se apartaron de los valores para cobijarse en el aprovechamiento ilícito, no solo de lo ajeno sino, sobre todo, del bien común. De ese modo, se fue liquidando la mística.
Hoy, abrumados por el crecimiento de la corrupción, el narcotráfico, la ilegalidad, la inseguridad y el individualismo —fruto de la búsqueda del vivir fácil—, hemos terminado siendo cómplices por aceptación y mudos observadores de las ocurrencias. Sonreímos con desdén al paso, como en comparsa fúnebre del refrán: “El vivo vive del sonso y el sonso de su trabajo”, que describe la dinámica de esos fenómenos: la explotación de la ingenuidad o debilidad por parte de los más astutos y sin escrúpulos.
No resulta extraño reconocer que vivimos en una sociedad donde la astucia y la falta de ética se premian, mientras la honestidad y la ingenuidad se castigan. Ejemplos abundan en las distintas esferas de la vida social.
“El vivo” es el corrupto, el funcionario o la persona en el poder que utiliza su posición para obtener beneficios personales. “El sonso” es la población en general: el ciudadano honesto que paga sus impuestos, respeta las leyes y espera que el sistema funcione de manera justa. “El vivo” es también el delincuente, el extorsionador, el líder de una banda criminal que tiene la capacidad de intimidar y salirse con la suya sin rendir cuentas. “El sonso” es la víctima, el comerciante o cualquier ciudadano que paga un “cupo” para no ser agredido o asaltado. En suma, la violencia es una forma brutal de demostrar que “el vivo vive del sonso”.
Tal vez, para bien, hemos desembocado en momentos donde la debilidad individual y social van dando curso a la existencia de tiempos difíciles. Esperemos que, con nuestra participación, surjan hombres fuertes que ayuden a superar este tramo del ciclo de vida señalado por Hopf.
La esperanza es parte sustantiva del accionar humano. Sin renunciar a nuestra combativa participación, busquemos fuerzas para salir de esta situación. Y en ese discurrir, recordemos que “quien calla, otorga”. Apostemos, con el resurgir de la fuerza y la mística, por denunciar y combatir la desgracia que vivimos.
¡Necesitamos hombres fuertes!, con mística y comprometidos con el Perú. Puede que, en distintos lugares y con miradas diversas, a modo de cóndores, estén eclosionando en la vida política del país. Tanto las elecciones generales como las regionales y locales constituyen una oportunidad. Aportemos a superar la situación con nuestra participación ciudadana responsable y democrática.
¡Son momentos de saber elegir! Entre la materialidad y el misticismo efectivo.
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