Silvana Pareja
El nuevo rumbo político del Perú y América Latina
El final del ciclo progresista
 
 
América Latina está cambiando de piel. Los vientos que soplan en Ecuador, Bolivia y hasta Brasil anuncian el fin de una etapa y el inicio de otra. Ya no son tiempos de discursos ideológicos ni de revoluciones prometidas. Son tiempos de cansancio. De pueblos que, hartos del caos y la inseguridad, comienzan a mirar con otros ojos a la derecha, no como símbolo de privilegio, sino como promesa de estabilidad.
El continente parece repetir su ciclo histórico: después del fervor populista, llega la necesidad de orden. Lo vimos en Ecuador, donde el discurso progresista perdió conexión con la calle. En Bolivia, el poder absoluto se agrieta. En Brasil, los excesos desgastan la esperanza. Y en Colombia, la desaprobación al gobierno actual revela un patrón: los ciudadanos no quieren más ideología, quieren resultados.
En ese contexto, el Perú se prepara para una elección que podría ser determinante. Tras años de crisis política, escándalos de corrupción y un vacío de liderazgo, los peruanos parecen listos para un cambio de tono. El país vive entre la resignación y la expectativa, pero también entre el miedo y el deseo de reconstrucción. Los extremos, tanto de izquierda como de derecha, han demostrado su ineficacia. Lo que se avecina no es una guerra de banderas, sino una búsqueda de equilibrio.
El filósofo Nassim Nicholas Taleb hablaba del cisne negro como ese evento impredecible que trastoca todo lo que se daba por sentado. En la política peruana, ese cisne podría ser el voto silencioso: ese que no grita en las calles ni aparece en las encuestas, pero que el día de las elecciones redefine el futuro. Tal vez no gane el candidato más mediático ni el más populista, sino el que logre interpretar el agotamiento colectivo y prometa reconstruir con sentido común.
Los peruanos están cansados del espectáculo político. Ya no creen en promesas mesiánicas ni en proyectos refundacionales. Quieren gestión, seguridad, trabajo y dignidad. Y ese deseo, compartido por millones, puede convertirse en el mayor fenómeno electoral del país. Si algo demuestra la experiencia regional es que los pueblos, tarde o temprano, reaccionan. América Latina está dejando atrás la emoción ideológica para volver a la razón práctica.
El próximo proceso electoral podría marcar el inicio de una nueva etapa para el Perú: una en la que el ciudadano no vote por resentimiento, sino por esperanza; no por revancha, sino por futuro. Ese voto silencioso —el del peruano común que madruga, trabaja y ya no espera milagros— podría ser el verdadero cisne negro de nuestra historia política. Porque cuando la paciencia se agota, el cambio deja de ser un discurso y se convierte en una decisión. Y esa decisión, esta vez, podría devolverle al Perú algo que hace tiempo perdió: la confianza en sí mismo.

 
  
  
 














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