Manuel Gago
El exitoso marketing bolivariano
La inconformidad es su mejor oferta

En el mundo de los negocios, el marketing —entendido correctamente— es la gestión empresarial responsable para prevenir, anticipar y satisfacer las necesidades de la gente. En este contexto, los profesionales dedicados al diseño de los productos, sean estos bienes o servicios, “generan necesidades” entre los consumidores, siendo esta la clave del éxito de un plan de marketing.
Hoy es una necesidad de vida o muerte tener conexión y batería con carga permanente en el teléfono personal. El viejo dicho “el hombre sabio distingue los lujos de las necesidades” es cavernario. Las “nuevas necesidades” transforman sociedades y culturas. Vestir ropa de marca (aunque sea de etiqueta falsa) es una necesidad para distinguirse; muchas “cosas importantes” han sido inventadas para hacer la vida del hombre más “notable”. Por esto, los comuneros de las localidades cercanas a la mina Las Bambas en Apurímac no están interesados en convenios con las mineras para mejorar sus pueblos. Quieren dinero para gastarlo en consumo, en la camioneta nueva para igualarse al resto. Tiene razón el estudiante de 23 años de la Universidad de San Marcos y vecino del popular distrito de Comas en Lima. “No veo pobres, sino gente ociosa”, ha dicho.
En este escenario de modernidades, después de la caída del muro de Berlín (en 1989) y de la Unión Soviética, el marxismo ha demostrado mayor eficacia frente a los marketeros capitalistas. Como cualquier negociante, para agenciarse de recursos y sobrevivir en el milenio nuevo, el marxismo del siglo XXI ha inventado productos de altísima rentabilidad: el medio ambiente, la ideología de género y la confrontación a las creencias religiosas.
En la región Latinoamericana, los marxistas del Grupo de Puebla o Foro de Sao Paulo no han dejado de ofrecer “productos” vinculados a las subvenciones, asistencialismo, Estado productor y gobierno socialista para resolver la pobreza, las injusticias y las desigualdades sociales. En su estrategia predomina la lucha contra el mercado y la empresa privada. Las asociaciones de consumidores —que debieran ser entendidas correctamente— son enemigas irracionales de los alimentos industrializados. Le “venden” la idea a la población de que un producto es malo no por el contenido del envase, sino por la etiqueta. Los consumidores de hoy —los hijos de la prosperidad— atontados por “la publicidad” del marxismo, caen en la trampa.
El socialismo, sin contratar publicidad, ha penetrado en todos los estratos sociales y, como lo dijo un pastor bautista, hasta en las iglesias más conservadoras. Las derechas acomplejadas y las élites educadas (las que abandonaron los espacios populares para no contaminarse) han dejado a libre disponibilidad los medios de comunicación. La chusma influencer y open mind hace de la insolencia un estilo de vida. El marxismo y sus relatos políticamente correctos, al controlar los medios controlan a la sociedad.
El conglomerado marxista ha hecho su mejor trabajo en la volátil clase media. Sensibilizadas virtualmente —en tiempo real—, la población ha incorporado en su ser inconformidad, justa e injusta, las dos cosas a la vez. Las personas que han dejado de ser pobres en los últimos veinte años —y se han vuelto esnobistas, consumistas y frívolas—, son inducidas a reclamar por cualquier cosa, haciéndose costumbre. Exigen derechos sin ofrecer deberes. Los marxistas han creado exitosamente insatisfacciones en la población. Lo que sucede allá puede suceder acá. El espacio-tiempo-histórico de Víctor Raúl Haya de la Torre es también cavernario.
Las confundidas y manipulables sociedades Latinoamericanas, sin destino previsible, son los consumidores ideales del comunismo. La mediocridad y corrupción de los gobiernos locales, regionales y nacionales abona febrilmente a sus relatos. Y también la indiferencia de los grupos económicos, que no responden por los impactos que provocan en la sociedad. En este contexto, el marxismo es el que mejor se ha adaptado a la modernidad. Su reingeniería funciona y ofrece resultados: Chile, el ejemplo de los mercados abiertos en la región, ha sido atacado y ridiculizado, poniendo en duda el modelo económico.
El eterno desconsuelo de los peruanos y latinoamericanos es caldo de cultivo perfecto para las nuevas “percepciones” y “nuevas necesidades” inventadas con fines políticos. La publicidad capitalista machaca sin compasión hasta rendir a los consumidores, sin que estos puedan plantear una idea contraria al ofrecimiento; así también por los medios a libre disponibilidad, el pensamiento edulcorado del marxismo es aceptado sumisamente por gran parte de la población. Como el “cliente” en la sala de espera en una clínica particular, convencido de la generosidad de su seguro privado (también producto); el cliente del marxismo ha sido convencido de las bondades de las tiranías.
¡Qué buen “marketing”! El marxismo se instala con su apoyo, y usted ni enterado.
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