Jorge Varela
Dios no ha muerto
El moribundo es el hombre
Dios en la sociedad actual, la regresión de lo religioso, el ateísmo y lo secular en el mundo contemporáneo, son el núcleo de las reflexiones del filósofo surcoreano Byung-Chul Han que conforman la temática de su más reciente ensayo: “Sobre Dios. Pensar con Simone Weil”. ¿Qué ocurre con la ausencia de Dios? Según Han, “no es Dios quien ha muerto, sino el ser humano al que Dios se revelaba”. Precisa que se padece “una crisis de la atención, una crisis de la vista y del oído”.
¿Cómo encontrar a Dios?
“Para encontrar a Dios bastaría con que mirásemos atentamente a todas partes: ‘la atención absolutamente pura, la atención que es solo atención, es la atención que se dirige a Dios, porque Él solo está presente mientras haya atención’”. No obstante, en la actualidad, nuestra atención gira fundamentalmente en torno al yo.
Para nosotros este fortalecimiento del yo, este yo ensimismado, es una de las causas principales de la ausencia divina en el hombre contemporáneo, atribuida por Han a la pérdida del silencio: al ruido estridente del mercado, al ruido de la información y la comunicación. Desde su enfoque, “al capitalismo no le gusta el silencio”. Sabemos que a los sedientos de poder les seduce la bulla, el alboroto, los decibeles, el grito de los mercados, el estruendo de los misiles.
La plusvalía del silencio
La pérdida del silencio es pues una de las causantes de la crisis contemporánea. Byung-Chul Han sostiene que Nietzsche habría podido decir perfectamente: ‘el ruido ha matado a Dios’. A lo que puede agregarse: el ruido también está matando al ser humano.
Nietzsche decía: “si se consigue desarraigar el cristianismo atacándole por el espíritu, se puede prever por dónde comenzará a desaparecer” (“Humano, demasiado humano”). Desde esta posición pensamos que la forma de llegar a Él -al ser subsistente- consiste en que lo espiritual no se desarraigue de lo viviente y permanezca en silencio para que lo sobrenatural trabaje con toda su energía; que el espíritu humano rechace la decadencia moral, el apetito de poder, la violencia. Esta actitud vigorizará la relación reflexiva e íntima con Dios. “Solo la atención contemplativa puede acceder al silencio. El silencio es la matrona de lo nuevo” (“Sobre Dios”).
El sentido de la vida
¿De qué se trata entonces?, ¿tan solo de guardar silencio? Veamos la ausencia divina en otra dimensión: ¿cuál es el sentido de la vida? Digámoslo del siguiente modo: ¿en qué consiste?, ¿qué es lo que ha llegado a ser el sentido de la vida? ¿Qué significa hoy?: ¿acaso es vivir de forma que ya ni siquiera tenga algún sentido respirar cada mañana?
No basta alcanzar la felicidad suprema, tener éxito en las actividades, triunfar, acaparar riqueza, detentar poder. Debemos construir futuro para todos, amar al prójimo, vivir en armonía y paz, ser un humano digno, bueno, libre y justo.
En tiempos difíciles y caóticos se requiere glorificar la vida, no contradecirla, no aplastarla mediante comportamientos, hechos y sucesos adversos. Es tremenda y hermosa la tarea de dignificar la existencia humana cuando Dios está lejano o ausente, como si estuviera muerto, cómo si lo hubiéramos matado para siempre. Glorificar es lo opuesto a afirmar que ya no vive, a proclamar que no está anotado en la agenda de la conciencia o que lo hemos eliminado de la pauta de nuestro espíritu confundido, engreído y perverso.
Trascendencia de lo divino
Sin embargo, Dios no está lejos, no está más allá: está cerca, muy cerca. Solo hay que sentirlo. A Dios hay que oírlo silenciosamente en su silencio. Es por medio de un silencio elocuente que se le habla al ser subsistente, de tú a tú sin estridencias, sin rodeos, con sinceridad, despojado de soberbias. Así se arriba al primer escalón de la trascendencia -al ser verdadero-, así se trasciende.
“La trascendencia puede sacarnos de una vida completamente desprovista de sentido, de una mera supervivencia, de la mortificante falta de ser, y brindarnos la gozosa plenitud de ser”, señala Han (“Sobre Dios”)
No hay que tener miedo de escuchar el silencio de Dios. A la humanidad le hace falta este Dios silencioso, pero energético, pleno de luz, inserto en nuestras redes neuronales, encendido en tantos corazones perezosos de latidos leves.
















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