Francisco Swett
Conversaciones sobre el Universo
Intentando leer la mente de Dios
Los temas del universo son rigurosos; impulsan los avances de la ciencia y los traslapan con la filosofía, la poesía y la religión. Son las conversaciones sobre los componentes más elementales de la materia y los parámetros que constituyen la arquitectura de este fascinante entorno de tiempo y espacio. Nos permiten ubicarnos en un plan y un propósito, pues nuestra propia existencia es la mayor entelequia.
¿Cómo se origina la masa de las partículas? Sin masa, las partículas serían solo energía y no habría átomos; el universo sería solo energía y no estaríamos aquí para contar la historia. De ahí la importancia del denominado bosón de Higgs, una partícula elemental cuya masa es 130 veces mayor que la de un protón, conocida popularmente como la partícula de Dios, porque es la que le confiere masa a los electrones, quarks y a otras partículas. El mecanismo de creación de masa se produce por la interacción (de fuerza variable: a mayor interacción mayor masa, y si no hay interacción no se registra masa) entre las partículas y un campo invisible de energía (Higgs Field). Su descubrimiento nos ha ayudado a definir nuestra propia existencia, dando respuesta a la interrogante del origen de las estrellas, de los planetas y de los protones, neutrones y electrones que conforman los átomos de nuestro cuerpo.
Los “números” del universo son espesos, pero claros y contundentes. Martin Rees, británico, astrónomo de la Casa Real y profesor de la Universidad de Cambridge, argumenta (en Solo seis números) que en la arquitectura del universo son seis los parámetros precisos e inmutables que determinan la realidad. Hay un balance exacto de 1/-10³⁶ entre la fuerza nuclear y la fuerza de la gravedad; si la fuerza de la gravedad hubiese sido más fuerte, o la nuclear más tenue, el universo simplemente no podría haber sido. La expansión del universo desde la singularidad, el denominado episodio de la inflación, se dio porque el parámetro de densidad (Ὡ, omega) fue de uno; de haber tenido otra medida, el universo hubiera sido nonato, permaneciendo en el estado de singularidad.
Hay tres dimensiones, y no dos o cuatro, porque solo así puede mantenerse la relación inversa de atracción entre las masas y el cuadrado de la distancia; si hubiesen cuatro dimensiones, la relación sería al cubo y el tránsito de los planetas alrededor de sus estrellas sería tan incierto que, si por cualquier motivo el planeta en cuestión se desacelerara, iría a parar al centro de su estrella; y si se acelerase, sería despedido al espacio sideral. Los gases se condensan y las galaxias se forman porque la relación entre la energía de la masa inerte y la fuerza de gravedad (denominada “Q”) es de 1:100,000; sin galaxias no habría estrellas, ni planetas, ni nosotros. Los elementos existen porque la medida de eficiencia nuclear (ὲ, épsilon) tiene un valor de 0.007; si la tuviese menor no habría otro elemento que el hidrógeno; y sin presencia de helio, carbono, hierro, nitrógeno y oxígeno no habrían los componentes de la química compleja que nos constituye. La constante cosmológica de Einstein (λ, lambda), el sexto número, tiene un valor que se aproxima a cero (1 precedido de 120 ceros de decimales), pero es justamente la fuerza que, a manera de viada, impulsa al universo y determina, con certeza, el futuro.
Finalmente, la Teoría General de la Relatividad de Albert Einstein (1915) es la obra de un consumado arquitecto del paisaje del universo. Contradiciendo a Newton, quien concibió un universo mecánico a manera de relojería de alta precisión, Einstein postuló que el espacio y el tiempo no son fijos; son dimensiones capaces de doblarse y torcerse al interactuar con la materia. La gravedad no es una fuerza sino una distorsión del espacio-tiempo que, en la frase del físico John Wheeler, establece una dinámica de doble vía, pues “el espacio-tiempo le dicta a la materia cómo ésta debe desplazarse, y la materia le responde categóricamente cómo el espacio-tiempo debe doblarse”.
La interrelación entre la materia y el espacio nos permite sentir el piso bajo nuestros pies y sostener a la Tierra en su órbita solar. El Big Bang (nacimiento del universo) no es una explosión en el espacio, sino una explosión del espacio que, al expandirse en forma omnidireccional, hace que todo lo que reside en los confines del cosmos, incluyendo a cada uno de nosotros, constituya el centro mismo del universo.
Podemos, como Pascal (en Pensamientos) concluir que “lo que puede ser visto en la Tierra no establece la presencia o ausencia de la divinidad, pero sí la presencia de un Dios escondido. Todo lo que existe tiene Su huella”. O podemos decir, con Einstein, que su ecuación e = mc² (que establece la identidad entre la energía y la materia) es la lectura de la mente de Dios cuando, en el principio, estaba ocupado definiendo nuestra presencia fugaz, pero relevante, en esta inmensa obra que es la Creación.
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