¡Cómo cuando éramos jóvenes!

Este fin de semana participé en la gran marcha por la vacancia de Pedro Castillo. En un momento de la movilización, un amigo con más de seis décadas de vida, muchas de ellas cercanas al accionar político, me comentaba que llevaba demasiados años sin asistir a una movilización de tamaña envergadura. La calle se calienta señalaba en algún momento, mientras sus ojos expresaban una mezcla de alegría, esperanza y recuerdos de experiencias vividas sobre todo entre los años sesenta y ochenta del siglo pasado.

Se trataba de movilizaciones contra los gobiernos de Manuel Prado, exigiendo atención a las demandas reivindicativas de los obreros limeños y trabajadores del agro, tanto de la costa como de la sierra, donde la oligarquía y el gamonalismo actuaban con mucha crueldad contra sus propios trabajadores; de Belaunde, repudiando la matanza de los guerrilleros que reclamaban salir de las injusticias imperantes; de Velasco, en franca oposición a sus medidas reformistas y estatistas; de Fujimori, exigiendo el retorno a la democracia y muchas más. La mayoría de las cuales en algún momento derivaban en acciones violentas, donde la presencia policial y su intento de impedir su recorrido, desembocaban en violentos enfrentamientos. 

Ahora, decía,  se trata de un movimiento diferente, es una protesta contra la utilización del escenario democrático por un grupo de extrema izquierda que  aprovechando el oportunismo de muchos y la ingenuidad de otros,  a quienes les resulta difícil  entender que su vida y comodidad ha transitado en un escenario de tranquilidad política y de estabilidad económica, por ello, jamás hicieron algo por salvaguardar la democracia, y como dice el dicho, “sólo se valora lo que a uno le cuesta”, ahora la rifan pretendiendo quijotescamente hacer de ello un acto heroico, sin entender que  acciones de esa naturaleza no hacen sino que se desemboque en los brazos de su extremo, es decir la dictadura. 

Tuve que asentir tales afirmaciones, sumándome a sus miradas al pasado, asentadas en el presente y entendiendo que aún compartíamos mucha esperanza por el futuro, señalando que resultaba basta cierto que aún con sus imperfecciones, la democracia presenta diversos caminos de libertad, que los autoritarismos o la dictadura las asfixia. Que esta situación, nada certera de ejercicio de ciudadanía de muchos peruanos, no es sino producto del “descuido” que las últimas décadas se ha tenido en cuanto a la formación de los ciudadanos. Hemos abandonado la educación con valores en y para la democracia, despojando a los jóvenes como emblema de su conducta el entender y asumir responsabilidades relacionadas con la responsabilidad, solidaridad, diversidad, fraternidad, legalidad, tolerancia, respeto por los derechos y la dignidad humana, entre otros.

Mientras en la Plaza San Martín (otrora escenario político de sectores anarquistas o extremistas de izquierda y también de los denominados caviares), escuchábamos encendidos discursos por  la vacancia de Castillo de varios compatriotas de extracción popular,  nuestra alegría tenía un silencioso significado, pues entendimos que habíamos sido relevados en la posta y entregado hipotéticamente el testimonio de la lucha por la democracia a otras generaciones mås jóvenes  que la nuestra, a quienes estábamos dispuestos a seguir acompañando desde la vereda cercana con el vigor de nuestro pensamiento aunque con escasa fuerza física. Tras alejarnos de la dulce multitud, nos despedimos mirándonos fijamente a los ojos, pronunciando al unísono y tal si lo hubiésemos ensayado antes: ¡Cómo cuando éramos jóvenes!