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¿Dónde está la amenaza principal?

¿Dónde está la amenaza principal?
Víctor Andrés Ponce
16 de junio del 2014

El fujimorismo encara un gran desafío político

Desde la Antigüedad, el principal objetivo del arte de la guerra fue derrotar al enemigo principal. Si bien las victorias militares de Alejandro Magno y Julio César no se podrían explicar sin ese genio innato que emergía en el campo de batalla, tampoco se entenderían sin las múltiples alianzas que forjaron con objeto de aislar a un enemigo común y, de esa manera, avanzar en la construcción de sus respectivos imperios. Es decir, desde que el hombre disputa el poder, uno de los atributos de cualquier liderazgo ha sido comprender donde estaba la amenaza principal.

Si bien no es posible trasladar mecánicamente las estrategias y tácticas de la guerra a la democracia moderna, porque en libertad el contenfor no es vencido ni excluido, como pasa en los campos de batalla, los demócratas de todos los tiempos siempre han usado las enseñanzas de la Antigüedad para defenderse de los enemigos de la libertad. Por ejemplo, Winston Churchill, el gran artífice de la alianza contra el nazismo, entendió que había agrupar a las democracias de Occidente con el oso soviético representado por Stalin. Semejante convergencia era como sentarse como el mismo diablo. Stalin sintetizaba todos los valores contra Occidente y la libertad. Sin embargo Churchill, como todos los grandes políticos de la historia, entendió que el nazismo era el enemigo principal. ¿A qué viene esto?

Cuando se reactivan las maniobras del oficialismo para inhabilitar a Alan García, surge la inevitable pregunta: ¿el fujimorismo se pondrá a silbar con las manos en el bolsillo frente al asunto? Nadie lo sabe. Pero en los últimos días se ha notado una lucecita vivaz en la pupila fujimorista que nos parece decir que sin García el espacio de la centro derecha correrá inevitablemente detrás de Keiko, porque será relativamente fácil derrotar a un PPK sin conexión con el mundo popular o a una Lourdes Flores que suele ametrallarse a los pies.

Sin embargo, cualquier cálculo del fujimorismo en ese sentido obvia una reflexión de fondo: que el anti-fujimorismo sigue siendo el principal partido político del país. Es una fuerza sin programa ni ideologías que, sobre todo, es un estado de ánimo en contra. La reflexión se ahoga y surgen las reacciones primarias. El triunfo de Humala solo se puede entender bajo esa aproximación. El anti-fujimorismo puede reunir a un liberal despistado y a un comunista decidido, porque el anti desata el pánico, el miedo a los infiernos. ¡Vuelven los noventa! ¡Montesinos baila en la base naval!

Con los temores desatados, no nos extrañemos que, en ese contexto, la ahora alicaída figura de Nadine Heredia vuelva a emprender vuelo. Una figura con suficiente arraigo popular para pelearle el pueblo a Keiko. Y, de pronto, por esos equívocos permanentes, otra vez, enfrentemos a la amenaza autoritaria en nuestra puerta cuando todo pudo ser diferente. ¿No es el autoritarismo la amenaza principal al ciclo virtuoso de tres periodos democráticos y más de un cuarto de siglo de economía abierta?

El fujimorismo debería entender que, antes que llegar al poder, la misión de cualquier partido democrático es construir la democracia y que este objetivo demanda pactos, grandezas y renuncias. Pretender inhabilitar a un ex Presidente por una gaseosa infracción constitucional, al margen del veredicto de los tribunales, solo puede ser el raciocinio de un proyecto autoritario.

El Perú necesita una derecha democrática y popular como la española y la chilena, por ejemplo. El fujimorismo puede representar ese espacio, pero para conseguirlo necesita que la democracia envejezca, que las instituciones se vuelvan longevas y eso no existirá si es que Nadine Heredia lanza su candidatura al 2016. Nuevamente jugaremos al filo del precipicio.

  Por Víctor Andrés Ponce  

Víctor Andrés Ponce
16 de junio del 2014

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