Berit Knudsen
Polarización, peligro para la democracia
La falta de respeto mutuo erosiona la convivencia política

En la confrontación al interior de las democracias, la intolerancia política es la esencia de la polarización. En estos entornos, las diferencias ideológicas, lejos de actuar como contrapeso o espacio de deliberación, se transforman en trincheras para aniquilar al adversario con una lógica de todo o nada. Ni el asesinato de líderes políticos parece detener esa dinámica. Las reacciones públicas oscilan entre indignación, indiferencia o burla, tratando la violencia como espectáculo político y no como recordatorio de la fragilidad democrática.
La ausencia de respeto es síntoma de la desafección hacia esa democracia imperfecta que, a pesar de sus limitaciones, sigue siendo el mejor sistema de gobierno para garantizar derechos y libertades. La falta de respeto mutuo erosiona el terreno que permite la convivencia política. Las democracias no mueren con golpes autoritarios, sino por una lenta degradación alimentada por la polarización, indiferencia, normalización del insulto y la violencia.
El retroceso es evidente. Según informes recientes, los regímenes híbridos y autoritarios pasaron de representar el 53% de los países en 2023 a 58% en 2024. Cada vez más Estados abandonan los estándares democráticos, tendencia que muestra el auge de modelos que concentran el poder, limitan la alternancia y utilizan la popularidad inmediata como justificación para debilitar las instituciones. Los gobiernos autoritarios celebran, aprovechan la fragilidad del sistema democrático para presentarse como alternativa eficaz.
Hemos visto la pérdida de referentes políticos asesinados en el continente, convertida en disputa partidaria por el poder, en lugar de ser motivo de reflexión colectiva. Lo que debería alertarnos sobre los riesgos que enfrenta la democracia, se diluye con narrativas que manipulan la tragedia. Así, en lugar de condena unánime, prevalece el cálculo político.
En ese ambiente, los valores que sostienen la convivencia democrática se diluyen. El respeto al adversario, condena clara contra la violencia y la confianza en instituciones imparciales, pierden espacio frente a una ciudadanía fascinada por figuras mediáticas que ofrecen soluciones rápidas. El resultado son instituciones debilitadas. La alternancia presidencial, garantía contra el abuso del poder, se ve amenazada por quienes promueven reelecciones indefinidas, disolviendo el equilibrio de poderes. El aplauso reemplaza a la crítica y el espectáculo mediático anula el debate.
Este contexto es dramatizado en la película Civil War, de Alex Garland, que proyecta un relato distópico, con un futuro sombrío como advertencia. Un presidente alcanza una tercera reelección en contra de lo que las constituciones prohíben para evitar la perpetuidad en el poder. El resultado es un país sumido en el caos: instituciones disueltas, alianzas rebeldes en territorios fragmentados, poblaciones desplazadas, campos de refugiados y una parte de la sociedad que observa el derrumbe del orden democrático con apatía. Lo que Garland construye no es futurología, sino una advertencia sobre las consecuencias de la erosión institucional y una polarización desbordada.
Civil War intenta mostrar que ninguna democracia es invulnerable. Nos recuerda que los sistemas políticos no colapsan de un día para otro, se deterioran al normalizar la violencia, perdiendo el respeto, con una ciudadanía que entrega su confianza a líderes que buscan poder sin límites. Lo que aparece en pantalla como advertencia distópica, puede convertirse realidad si no reconocemos los síntomas a tiempo. La democracia no se defiende sola: requiere instituciones firmes, líderes responsables y ciudadanos conscientes de la diferencia entre debatir y aniquilarse, clave para evitar que la polarización se transforme en anarquía o autoritarismo.
COMENTARIOS